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En aquel instante llegó el Jefe de la Policía,
juez Chiappusso, informado quizá de las
dificultades que oponía don Bosco a la ejecución
de las órdenes de la Superioridad y al oír las
últimas palabras, exclamó:
-Entonces; tenemos que recitificar antes los
títulos? íVaya! íProcédase al momento!
Subieron todos hasta la puerta de la habitación
de don Bosco, seguidos por tres guardias.
Sobre el dintel de la puerta, que daba acceso a
la biblioteca estaban escritas las palabras:
Alabados sean por siempre los Santísimos Nombres
de Jesús y María. Al llegar allí, el abogado Túa
las leyó en son de burla; y don Bosco, parándose,
añadió: Y sea por siempre alabado; pero antes de
concluir la jaculatoria, que acostumbraba cantarse
entre nosotros, y que también campeaba sobre el
dintel de la puerta contigua que daba a la
habitación, volviéndose hacia atrás, intimó a
todos a descubrirse. Como ninguno obedeciera,
replicó:
-Ustedes han empezado en son de chunga y ahora
deben acabar con el debido respeto; por
consiguiente ordeno que todos se descubran.
Ante su resuelta actitud se resignaron a
obedecer, y entonces don Bosco terminó diciendo:
el Nombre de Jesús Verbo encarnado.
Entró en la habitación con los tres señores, a
los que se sumaron dos guardias de servicio,
entregóse don Bosco a su arbitrio y comenzó la
vergonzosa escena. Aquellos fiscales pusieron
sobre él sus manos. Todo fue objeto de sus
pesquisas: los bolsillos, la agenda, el
portamonedas, la sotana, los pantalones, el
chaleco, el ribete de las prendas, hasta la borla
del bonete. íEra un registro domiciliario, con el
fin de encontrar, como ellos decían, el cuerpo del
delito! Como estas operaciones se hacían
groseramente zarandeando al ((**It6.561**)) pobre
sacerdote y registrándolo sin consideración
alguna, dejó don Bosco escapar estas palabras: Et
cum sceleratis reputatus est (y fue considerado
como un criminal).
-Qué dice?, preguntó uno de ellos.
Don Bosco, clavando en ellos su penetrante
mirada contestó:
-Digo que están haciendo conmigo lo mismo que
otrora hicieron algunos al divino Salvador.
Después del registro personal pasaron al de las
dos habitaciones, una de las cuales servía de
biblioteca. Lo primero que cayó en sus manos
fiscalizadoras fue una papelera atestada de
papeles rotos, sobres, trapos, barreduras y otros
desperdicios. Como el abogado
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