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se asigne a dicho Oratorio un subsidio de cien
liras con cargo a los fondos de este Ministerio,
que podrá cobrar en la Tesorería provincial de
esta ciudad.
Por Orden del Ministro
C. SALINO
Mientras leía esta carta, con el clérigo
Cagliero a su lado, llegaron tres hombres
elegantemente vestidos, uno de los cuales
interrumpió a don Bosco diciendo:
-Necesitamos hablar con don Bosco.
-Aquí me tienen, respondió él; pero aguarden un
momento. En cuanto arregle lo que concierne a este
muchacho, me tendrán a sus órdenes.
-No podemos aguardar, replicó secamente aquél.
-En qué puedo servirle, pues, si tanta es su
prisa?
-Tenemos que hablar en secreto.
-Bien, vengan aquí cerquita, al despacho del
Prefecto.
-En el despacho del Prefecto no; sino en el
suyo.
-Ahora no puedo ir.
((**It6.554**)) -Pues
debe usted ir; es algo imprescindible.
-Pero, quiénes son ustedes y qué quieren de mí?
-Venimos para hacer una visita fiscal.
Entonces comprendió claramente don Bosco lo que
sólo había barruntado a las primeras. El otro
siguió diciendo:
-Sí, señor; tenemos orden de registrar su
Oratorio por todos los rincones, hasta el desván y
hacer una relación para el Gobierno de todo cuanto
aquí se pueda hallar que comprometa la seguridad
del Estado. Sentimos mucho causarle esta molestia,
pero una voluntad superior a la nuestra nos impone
cumplir con este paso enojoso.
-Y ustedes creen que don Bosco se entromete en
política?
-Nosotros no creemos nada, pero hemos de
obedecer. Haga el favor de acompañarnos.
-Yo? Pero, quiénes son ustedes?; comenzó
entonces don Bosco a replicar resueltamente.
-Cómo? No me conoce? Usted tiene ganas de
broma. Hace años que nos conocemos y nos tratamos.
-No, señor; yo no le conozco a usted, ni
tampoco a ninguno de estos señores.
-íBien!, replicó resentido el que parecía ser
el jefe. Soy el abogado Grasso, delegado de
Policía; y estos dos son el abogado Túa y el
abogado Grasselli, representantes de la fiscalía.
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