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justicia es evidente puede haber esperanza de
obtenerla. Desde luego es necesario, por amor a
Jesucristo, no tener miedo a las humillaciones.
Así, pues, nosotros, visitándolos y razonando
con ellos, alcanzaremos mucho más con pocas
palabras que con muchas páginas elegante y
sabiamente escritas.
Siguiendo esta regla se podrá dar razón de
nuestro proceder, ya sea en lo hecho, ya ses en lo
por hacer, pues la explicación personal de
nuestras buenas intenciones aminora mucho y a
menudo disipa las siniestras ideas que pueden
haberse formado en la mente de algunos. Este
proceder es muy conciliador y no pocas veces hace
benévolos a los adversarios. Y esto no es más que
la recomendación del Espíritu Santo: Responsio
mollis frangit iram (la blanda respuesta quebranta
la ira).
En segundo lugar, sirvan estas páginas de
advertencia para mantenernos estrictamente ajenos
a la política, aun cuando se presenta con capa de
bien. Pero en todo caso, en toda circunstancia
difícil acúdase a la oración, récense de corazón
frecuentes jaculatorias para alcanzar de Dios
luces y favor, y después declárese con franqueza
la verdad y contéstese a las autoridades con
respeto, pero con claridad y firmeza a todas sus
preguntas. Más aún, cuando se nos conceda la
oportunidad ((**It6.550**)) de
hablar, aprovechémonos de ella para llevar la
conversación a cosas que puedan justificar
nuestras acciones. Y al tratar con personas del
mundo, es preciso aludir en seguida a los motivos
religiosos y poner de relieve con preferencia la
honestidad de las acciones y de las personas y las
obras que el mundo llama filantropía, pero que
nuestra santa religión llama caridad.
Ayúdenos Dios a superar las dificultades que
por desgracia son inevitables en este mundo, el
cual, en frase del Evangelio, está todo él inmerso
en el mal. Mundus in maligno positus est totus.
Obténganos la Santísima Virgen de su Divino Hijo
disfrutar días de paz en el tiempo, para poder
amar y servir a Dios en la tierra e ir algún día a
vivir para siempre en la bienaventurada eternidad.
Así sea.
Corría el año 1860. Los acontecimientos
políticos agitaban a toda Europa, e Italia era el
centro de los mismos. Un partido, o mejor, una
facción con el nombre de liberales demócratas, o
sencillamente de italianos, había promovido el
espíritu revolucionario, desde la corte de los
Soberanos hasta la choza del rudo campesino y del
pobre artesano. Suprimidas las corporaciones
religiosas de ambos sexos, menospreciada toda ley
de la Iglesia y la autoridad del mismo Papa,
abolido el fuero eclesiástico, expropiados los
bienes de las colegiatas, seminarios y rentas
episcopales, fueron también invadidos la mayor
parte de los Estados Pontificios. Los
administradores de los intereses públicos, para
amedrentar a todos y alardear de que no temían a
nadie, dieron comienzo a los destierros y a los
registros.
Los sospechosos de ser contrarios a su
política, las más de las veces eran encarcelados o
desterrados a un lugar determinado para todo el
tiempo que les viniera en ganas fijar a las
autoridades gubernativas. Efectuábase esto sin oír
al acusado, es decir, sin darle oportunidad de
hacer valer su inocencia o sus razones.
De ordinario precedía el registro, que venía a
ser un homicidio legal, al destierro forzoso. So
capa de legalidad, el fisco visitaba las casas de
los ciudadanos denunciados como culpables, es a
saber, como no partidarios de la revolución. En
estas ocasiones tenía el fisco que hacer las más
detalladas indagaciones con el fin de descubrir
cartas, proyectos o cualquier otro escrito contra
el Gobierno, que solíase llamar cuerpo del delito.
((**It6.551**)) Once
veces tuvo nuestra casa el honor de recibir estas
visitas domiciliarias. Describiré una de ellas,
por la que puede conjeturarse el estilo de las
demás.
(**Es6.413**))
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