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Advertiremos también con don Francisco Cerruti:
<>.
De semejante fortaleza, que es el complemento
de todas las virtudes, puesto que no se llega a
tal grado de heroísmo si no es a fuerza de
mortificaciones y de una constante conformidad con
el querer de Dios, daba él también aquel año una
espléndida prueba. Su inmenso amor al Sumo
Pontífice, que era como su segunda vida; iba a ser
ocasión de gran peligro para su obra.
Pero antes de narrar los hechos, haremos
observar que en don ((**It6.539**)) Bosco
se unían en sumo grado la justicia y la prudencia
a la virtud de la fortaleza. En aquellos tiempos
tan difíciles supo comportarse de tal modo que
cumplió siempre y por doquiera su deber de
sacerdote y de católico sin faltar a las
necesarias atenciones con la autoridad
constituida: sabía distinguir entre ésta y los
hombres que la ejercen. Pueden los hombres abusar
de ella, pero de este abuso no se sigue, como
legítima consecuencia, que esté permitido
despreciar a la autoridad misma y que sea lícita a
los súbditos la revolución.
San Pedro, primer Papa, escribió en su carta
dirigida a los Hebreos de Asia Menor, convertidos
a la fe de Jesucristo: <> 1. íY el rey de aquellos años era Nerón!
Estos eran los principios que don Bosco seguía
y a pesar de las muchas oposiciones que tuvo de
las autoridades civiles, siempre les fue sumiso en
todo lo que no iba contra la ley de Dios y de la
Iglesia. Cuando se le presentaba ocasión,
recomendaba obediencia y respeto a los
gobernantes. Nunca dejaba escapar una palabra de
desprecio contra ellos, e imponía a sus
colaboradores la misma atención. Solía invitar a
los gobernadores de la ciudad y a los alcaldes a
que visitaran el Oratorio y siempre los recibía
con muestras de gran respeto.
Siempre se prestaba a contribuir, hasta donde
lo permitían sus
1 1.¦ de San Pedro, II, 13-17.
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