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((**Es6.400**) la representación de obras teatrales soeces contra la religión y el Sumo Pontífice. En todas las provincias anexionadas debía cumplirse ((**It6.532**)) la ley del año 1855 contra las órdenes religiosas, a las que entre tanto se les prohibía admitir novicios. íAy del clero, si de cualquier manera hubiese manifestado opiniones contrarias al nuevo orden de cosas, defendido los derechos de la Iglesia, publicado bulas u otras disposiciones pontificias! Se conminaron penas gravísimas, y muchos sacerdotes, después de ser sometidos a proceso, fueron condenados, unos a la cárcel y otros al destierro. Oponíanse los obispos a la invasión de la inmoralidad y la irreligión y, por sus justas quejas, algunos fueron encarcelados y otros condenados a domicilio forzoso y vigilado en alguna de sus quintas. El cardenal Corsi, arzobispo de Pisa, que protestó contra los vejámenes, a que el gobierno sometía al clero, fue conducido a Turín, acompañado de un capitán de carabineros, por orden de Cavour. Llegó a la estación el 21 de mayo a las diez de la noche. Allí lo entregaron al abate Vacchetta, que lo llevó en coche a los lazaristas, los cuales le recibieron con gran veneración y le hospedaron con todo género de cordiales atenciones. El día 22 fue acompañado por el abate Vacchetta al despacho del Ministro de Gracia y Justicia, Juan B. Cassinis, que lo esperaba para darle una severa reprimenda. El Cardenal no dejó escapar una palabra que pudiera ofender a nadie durante el tiempo de su encarcelamiento, que duró dos meses; respondió en los interrogatorios de sus jueces como el divino Salvador, a saber, callando casi siempre. Había dicho al Abate carcelero: -Yo no me defenderé, no acusaré a nadie, pero tampoco pediré perdón. De lo que yo hice, sólo debo dar cuenta a Dios, a quien tendrán que darla también vuestros ministros. Ellos podrán hacer de mi cuerpo lo que quieran, pero no conturbarán mi espíritu. ((**It6.533**)) Al mismo abate Vacchetta, que le autorizaba para visitar Turín y sus alrededores, contestó: -Soy prisionero y me portaré como tal. Y, siempre tranquilo y alegre, no salió nunca a ninguna parte sino cediendo a los apremios de la fuerza. Recibía a los que iban a visitarle con la afabilidad de un padre afectuoso. Don Bosco acudió la noche de su llegada y sostuvo un coloquio de dos horas con Su Eminencia. Contóle el Cardenal toda la historia de su captura y cómo al acercarse a Turín recitó con el Secretario el Tedéum para dar gracias a Dios por haberlo considerado digno de padecer algo por su nombre y por su fe. (**Es6.400**))
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