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rostro, y después recorrió la sala visitando a los
demás enfermos. En aquel lapso de tiempo el joven
volvió a perder el habla y cuando don Bosco,
acabada la vuelta, llegó otra vez a la cabecera
del pobrecito, éste expiraba. Como en otro tiempo
a san Felipe Neri, había Dios conducido a don
Bosco y éste había llegado en el día e instante
único, oportuno para salvar al alma de uno de sus
queridos hijos. Este hecho nos lo contó José
Reano.
El Señor guiaba los pasos de don Bosco, hombre
de oración continua, aun cuando no tenía ninguna
de esas exterioridades y prácticas que
generalmente se ven en otros santos. Su oración
era activa; consistía en estar continuamente en la
presencia de Dios, no sólo con el fin de servirle,
sino gozando y alegrándose en medio de las propias
ocupaciones al ver cumplirse la voluntad de Dios
en lo que se está haciendo.
((**It6.531**)) Ya
escribió san Francisco de Sales: <>
Así, pues, don Bosco, lo mismo en casa que
fuera de ella, promovía con obras y palabras la
gloria de Dios con espíritu y con gran sencillez.
El seguía haciendo apostolado en los hospitales
y en las cárceles. El 18 de mayo, después de
cenar, se quedaron muchos clérigos a su alrededor
en el comedor. Se habló de varios asuntos, y,
entre otros, de la necesidad de buenos y valientes
sacerdotes para los pobres presos. Reflexionando
don Bosco sobre estos infelices, necesitados de la
palabra de Dios para librarse de la oprobiosa
esclavitud del vicio, quedóse un rato pensativo.
De pronto tomó entre sus manos las del clérigo
Ruffino y, mirándolo a la cara como para
reconocerlo, apoyando después los codos sobre la
mesa, colocó su frente sobre la mano del clérigo y
estuvo así unos minutos. Levantó luego la cabeza y
le dijo:
-Animo, necesitas tener un brazo fuerte para
manejar diestramente la hoz.
Se refería a la siega en el campo evangélico.
Al día siguiente dijo a los clérigos, hablando
de los acontecimientos públicos:
-Creo que estamos solamente al principio de los
males.
Y, sin embargo, parecía que ya eran muy graves.
Se había dado amplia libertad a los protestantes
para abrir templos, escuelas y blasfemar a su
voluntad. Se permitía la difusión de libelos
infames y
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