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la crisis de un momento y que pronto recobraría el
orden su antiguo puesto. Por el contrario, don
Bosco insistió asegurando que la revolución,
sostenida con todos los medios poderosos de que
puede disponer un gobierno estable, había
alcanzado posición permanente en nuestras tierras
y sólo Dios podía saber cuándo, después de muchos
años, podría efectuarse, con su ayuda, una
restauración de la autoridad eclesiástica. Ya se
habían desvanecido todas las esperanzas humanas y
no percibía atisbo alguno, ni lejano siquiera, que
ofreciera indicios de que iba a desaparecer aquel
estado de cosas, pues todos los gobiernos eran
enemigos de la Iglesia.
No quiso Monseñor renunciar a sus ilusiones y
siguió negando crédito a los pronósticos de don
Bosco; pero a los pocos años le escribía:
-Tenía usted razón; ahora, tal vez, es
demasiado tarde.
Don Bosco, siempre agradecido a la familia De
Maistre, visitó en Bérgamo a la hija del conde
Rodolfo, viuda a los diecinueve años del conde de
Medolago, y se apresuró a darle noticias de ella
pues sabía que el conde, su padre, ya muy avanzado
en años y que se encontraba en Beaumesnil, en
Francia, las deseaba vivamente.
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