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((**Es6.392**) -Muy bien; también yo lo haré. Y escribí: Missam celebravi ad altare B. V.Sacerdos. (Celebré la misa en el altar de la Virgen Bienaventurada. Sacerdote). -Pero, por favor, ponga también el nombre. -Es verdaderamente necesario? ((**It6.521**)) -Así lo hacen todos. Cuanto más me oponía yo a escribir mi nombre, tanto más crecía en ellos el deseo de saberlo. Acabé diciendo: -Oigan ustedes, no tengo realmente ninguna gana de poner mi nombre; es el del primer ermitaño del mundo. Y lo escribí. En seguida se decían uno a otro: -íEs don Bosco, don Bosco, don Bosco! Y se armó un cuchicheo más que regular, aunque nadie sabía quién era aquel don Bosco. Pero volví a casa del señor obispo, donde ya se encontraba un párroco a quien aquél había mandado llamar para que yo concertara con él cómo introducir la Sociedad de San Vicente de Paúl. Esta no existía todavía en Bérgamo y el obispo tenía gran deseo de fundarla. Resolví las dificultades que me pusieron, preguntando: -No podría hallarse en toda esta ciudad un par de buenos muchachos? -No hay dificultad alguna para ello. Y no sólo dos, sino que puedo preparar muchos y verdaderos modelos de jóvenes. -Pues bien, eso basta. Júntelos en su casa, yo iré esta tarde y daremos comienzo a la obra. Así lo hice. Por la tarde estaban reunidos en casa del párroco dieciocho jóvenes; los animé demostrándoles cuánto bien podían hacer en favor de los pobres y de sus almas; exhortándoles a despreciar el respeto humano con el pensamiento de que no es el mundo quien nos galardonará, sino Dios, que premiará toda obra buena con el céntuplo en esta vida y con la vida eterna en el cielo. Todos quedaron entusiasmados y me prometieron volver a la tarde siguiente para constituir nuestro Consejo. Volvieron y aquella tarde se celebró la primera sesión. Pero tornemos a casa del obispo y sentémonos a comer. Mientras comíamos, y era el día 8, oímos de pronto exclamar a los criados: -íEstá aquí, ya ha llegado, ha salido de la cárcel el arcipreste de Terno! Pocos instantes después entraba en nuestra sala un venerando sacerdote, don Fernando Bagini, que se adelantó en seguida a besar la mano del obispo, el cual no cabía en sí de gozo por la inesperada aparición. Después se acercó a mí aquel párroco y creyéndose que era yo quien había venido expresamente de Turín para él y que le había obtenido la liberación, como decía la gente, me daba las gracias una y mil veces. ((**It6.522**)) Inútilmente aseguraba y protestaba que yo no había intervenido en absoluto en aquel asunto; él, tomando mis palabras como un acto de humildad, me colmaba de tantas finezas y acciones de gracias que yo estaba perplejo. El celosísimo arcipreste había estado encarcelado dos meses y medio por haber mandado imprimir una oración, con la que se imploraba el auxilio de Dios para el Papa, y haber recomendado el óbolo de san Pedro. Tenía en su contra al gobierno y al partido liberal. Algunos perversos, interpretando malintencionadamente su proceder, le habían acusado por odio; y de ahí el encarcelamiento desde el 22 de febrero hasta el 8 de mayo. Pero aquel día el tribunal había sometido el caso a un corto debate y, habiendo quedado manifiesta la insuficiencia de la acusación, lo puso en libertad, libre de todo gasto, con declaración de que no había lugar a enjuiciamiento. (**Es6.392**))
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