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-Muy bien; también yo lo haré. Y escribí:
Missam celebravi ad altare B. V.Sacerdos. (Celebré
la misa en el altar de la Virgen Bienaventurada.
Sacerdote).
-Pero, por favor, ponga también el nombre.
-Es verdaderamente necesario?
((**It6.521**)) -Así lo
hacen todos.
Cuanto más me oponía yo a escribir mi nombre,
tanto más crecía en ellos el deseo de saberlo.
Acabé diciendo:
-Oigan ustedes, no tengo realmente ninguna gana
de poner mi nombre; es el del primer ermitaño del
mundo.
Y lo escribí. En seguida se decían uno a otro:
-íEs don Bosco, don Bosco, don Bosco!
Y se armó un cuchicheo más que regular, aunque
nadie sabía quién era aquel don Bosco.
Pero volví a casa del señor obispo, donde ya se
encontraba un párroco a quien aquél había mandado
llamar para que yo concertara con él cómo
introducir la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Esta no existía todavía en Bérgamo y el obispo
tenía gran deseo de fundarla. Resolví las
dificultades que me pusieron, preguntando:
-No podría hallarse en toda esta ciudad un par
de buenos muchachos?
-No hay dificultad alguna para ello. Y no sólo
dos, sino que puedo preparar muchos y verdaderos
modelos de jóvenes.
-Pues bien, eso basta. Júntelos en su casa, yo
iré esta tarde y daremos comienzo a la obra.
Así lo hice. Por la tarde estaban reunidos en
casa del párroco dieciocho jóvenes; los animé
demostrándoles cuánto bien podían hacer en favor
de los pobres y de sus almas; exhortándoles a
despreciar el respeto humano con el pensamiento de
que no es el mundo quien nos galardonará, sino
Dios, que premiará toda obra buena con el céntuplo
en esta vida y con la vida eterna en el cielo.
Todos quedaron entusiasmados y me prometieron
volver a la tarde siguiente para constituir
nuestro Consejo.
Volvieron y aquella tarde se celebró la primera
sesión.
Pero tornemos a casa del obispo y sentémonos a
comer. Mientras comíamos, y era el día 8, oímos de
pronto exclamar a los criados:
-íEstá aquí, ya ha llegado, ha salido de la
cárcel el arcipreste de Terno!
Pocos instantes después entraba en nuestra sala
un venerando sacerdote, don Fernando Bagini, que
se adelantó en seguida a besar la mano del obispo,
el cual no cabía en sí de gozo por la inesperada
aparición. Después se acercó a mí aquel párroco y
creyéndose que era yo quien había venido
expresamente de Turín para él y que le había
obtenido la liberación, como decía la gente, me
daba las gracias una y mil veces.
((**It6.522**))
Inútilmente aseguraba y protestaba que yo no había
intervenido en absoluto en aquel asunto; él,
tomando mis palabras como un acto de humildad, me
colmaba de tantas finezas y acciones de gracias
que yo estaba perplejo.
El celosísimo arcipreste había estado
encarcelado dos meses y medio por haber mandado
imprimir una oración, con la que se imploraba el
auxilio de Dios para el Papa, y haber recomendado
el óbolo de san Pedro. Tenía en su contra al
gobierno y al partido liberal. Algunos perversos,
interpretando malintencionadamente su proceder, le
habían acusado por odio; y de ahí el
encarcelamiento desde el 22 de febrero hasta el 8
de mayo. Pero aquel día el tribunal había sometido
el caso a un corto debate y, habiendo quedado
manifiesta la insuficiencia de la acusación, lo
puso en libertad, libre de todo gasto, con
declaración de que no había lugar a
enjuiciamiento.
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