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((**Es6.389**) con que entretuvo durante varias noches a la Comunidad; puede parecer prolija y demasiado detallada, pero era su estilo en semejantes circunstancias. La reproducimos exactamente tal y como la refiere la Crónica de Bonetti. El 6 de mayo, subí al tren en Turín y me encontré con dos viajeros más. Uno de ellos se quejaba de que, habiendo venido a Turín para hablar con don Bosco sobre un hijo suyo, que quería internar en el Oratorio, no había podido dar con él. Le pregunté si conocía a don Bosco y me respondió que lo conocía muy bien. Pasé a interrogarle sobre el chico y hablamos de ello casi hasta llegar a Saluggia. Entonces, dejando ya el incógnito, me descubrí a aquel señor diciéndole mi nombre, causándole con ello sorpresa y consuelo, junto a grandes risas de ambas partes. Al llegar a Saluggia bajamos todos, y aprovechando el tiempo de la parada quiso mi compañero visitar algo del pueblo. Llegó la hora de la partida, y el tercero en cuestión, sin darse cuenta de que había dejado en el vagón el paraguas y la, maleta, subióse a otro. Así que nos quedamos los dos solos. Mi compañero era una persona de buen fondo, pero estaba imbuido de prejuicios, hijos de la ignorancia y de la lectura de los ((**It6.517**)) diarios malos, llenos de veneno anticlerical y especialmente contra el Papa. En aquel entretanto había comprado el diario La Opinión; lo abrió, dio una ojeada y después, por cortesía, me lo ofreció para que lo leyera: -Gracias, amigo mío, pero yo no leo semejantes periódicos, y me extraña que usted lo haya comprado. -Por qué? -No ve usted que es un periódico malo, que habla mal de la religión y de sus ministros? -Eso ya se sabe; tratándose de periódicos no se para uno en tantas menudencias. -El bien es siempre el bien y el mal nunca deja de ser mal. -Pero, no sabe que todo el mundo lee este diario? -Despacio amigo; ídice usted todo el mundo! De novecientos mil cristianos, pongamos por caso, no encontrará dos mil que lean esta porquería. -Diga lo que usted quiera; lo leen muchos, luego no es malo. -íNo diga eso! Muchos lo leen, pues muchos obran mal, y sepa que, si en este momento pudiéramos abrir las puertas del infierno, oiríamos los gritos de muchos que se han condenado sólo por haber leído libros o diarios malos. -Sabe usted que me da miedo? Si es así, al diablo con La Opinión, que yo no quiero ir allá. Y agarrando el diario, lo hizo pedazos y lo arrojó por la ventanilla. Después de aquella buena acción, traté de ganarme su confianza y, al poco rato, me abrió su corazón. Me dijo al fin: -Quisiera confesarme. Y yo, feliz como un príncipe, no dudé un instante, le tomé por la palabra y le dije que se preparase. Condescendió: en el trecho de Magenta a Milán se confesó, dejando en mí las mejores esperanzas de su conversión. Ya veis lo que puede obrar la gracia de Dios. Me sentía aquel día tan feliz por aquel hecho que no cabía en el pellejo; sobre todo porque había visto un rasgo especial de la divina Providencia al disponer que el otro señor no se preocupara de volver a subir a nuestro coche, donde tenía sus cosas, a pesar de las muchas paradas (**Es6.389**))
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