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Y luego, después de exhortar a los muchachos a
ser siempre leales y generosos cristianos, les
dijo:
((**It6.506**)) Voy a
contaros un ejemplo terrible, que tiene por
testigo a todo un pueblo. Un alumno del Oratorio
fue a su casa antes de las vacaciones de Pascua.
Entre otras recomendaciones recibió la de
santiguarse antes y después de las comidas. Este
muchacho, que era estupendo, se prestó fácilmente
a cumplir todas las recomendaciones, pero la
última le pareció demasiado difícil ponerla en
práctica en su casa, donde no había esta
costumbre, y preveía que podía ser el blanco de
muchas burlas. Díjole entonces don Bosco:
-Por qué has de temer? Si tus parientes te
ponen algún reparo, tú les dirás: estamos en
tiempos de Constitución y por tanto hay libertad
para todos.
-Bien, haré lo que usted me dice, respondió el
muchacho sonriendo y salió para su pueblo.
Llegó allí, fue recibido con muchos agasajos y
le comieron a preguntas, especialmente sobre lo
que había aprendido en Turín.
Presentóse por fin la esperada hora de cenar. Se
sentaron todos a la mesa como los animales, sin
levantar la mente a Dios, devorando con ojos
glotones antes que con la boca lo que había sido
preparado. Nuestro muchacho ruborizado, pero lleno
de valor, se santiguó y rezó; después se sentó.
Ante aquel acto religioso díjole un hermano suyo,
bastante mayor que él:
-Qué haces?
Y empezó a motejarlo, disparatando contra las
prácticas piadosas:
-Todo eso es lo que has aprendido en Turín?
íVaya! Tú que has ido a la escuela y que pretendes
saber tanto, te dejas dominar todavía por esos
prejuicios? Si no has aprendido más que a ser un
beato, podías haberte quedado en casa.
-Querido Domingo (que así se llamaba el hermano
mayor), no son prejuicios, sino prácticas
religiosas, que ya nos enseñaron nuestros abuelos,
nuestros maestros y nuestro párroco.
-Son mitos, y los mitos no sirven para nuestros
tiempos; come y deja de lado esas antiguallas.
-No sé dónde has aprendido esa forma de hablar.
Yo encuentro que están muy en su sitio ciertos
actos de piedad. El catecismo nos enseña que
debemos santiguarnos antes y después de las
comidas y tiene razón, porque sólo los animales
comen y beben sin hacer nunca caso de su Creador.
Pero nosotros no somos bestias, somos criaturas
racionales, nosotros ((**It6.507**)) debemos
reconocer la mano del Creador en todo, a cada
momento del día y especialmente cuando vamos a
recibir los alimentos que Dios nos da para
conservar esta vida, que también él nos ha dado y
puede arrebatarnos en cualquier momento.
-Bobadas, tonterías -replicó Domingo, coreado
por los demás hermanos.
Pasóse después a otras cosas y por aquella
noche la cosa quedó así.
Pero al día siguiente sería la batalla campal.
Para festejar la llegada del estudiante, la madre
viuda y bastante descuidada en lo referente a
religión, invitó a comer a parientes y amigos.
Cuando llegó el momento de sentarse a la mesa,
estaba nuestro hombre lleno de miedo y confusión,
pero cuando todos:hubieron tomado su asiento
alrededor de la mesa sin orar, él no quiso faltar
a sus promesas. Apenas comenzó a santiguarse,
estallaron por doquier las risas, burlas e
insultos en vez de las felicitaciones y cumplidos
de estas ocasiones. Cuando se calmó el barullo, su
hermano Domingo, cabecilla del alboroto, díjole en
son de burla:
(**Es6.382**))
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