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todos los departamentos gubernamentales, le
profesaba verdadero afecto, se declaraba íntimo
amigo suyo, le gustaba conversar a menudo con él y
a veces le daba abundantes limosnas. Poco tiempo
antes de su muerte, fue un día a visitarlo al
Oratorio, y don Bosco se entretuvo con él durante
varias horas en la biblioteca. íSeguramente que el
siervo de Dios no dejó de decirle alguna palabra
sobre la vida eterna!
Nos parece, pues, que con estos méritos y con
la benevolencia del caballero Bona, podía don
Bosco contar también con ayuda y defensa en
cualquier circunstancia.
Pero su confianza no se apoyaba en las
esperanzas humanas, sino en la protección de la
Virgen María y en las oraciones de sus alumnos.
Uno de éstos, un aprendiz, modelo de piedad y de
vida intachable, le escribió en el mes de abril
una carta confidencial que don Bosco guardó por la
gran estimación y amor que le tenía.
Reverendísimo Superior:
Vi una noche ante mis ojos un hombre pobre,
pero decentemente vestido, que con rostro
bondadoso, pero irradiando majestad y sabiduría,
se me acercaba con un bastón en la mano y
sandalias en los pies.
Aquel personaje, después de haberme mostrado
varias cosas futuras, tendiendo el brazo izquierdo
hacia el suelo, me dijo: -Sigue mis pisadas. Las
seguí y entramos en un lugar desconocido para mí.
Aquí me hizo comprender claramente y grabar
((**It6.501**)) en mi
mente que el Oratorio verá aumentar el número de
sus alumnos, florecerá, triunfará para bien de la
Iglesia, si se atiende con asiduidad a la oración,
si todos rezan devotamente. Pero cuando los
ejercicios de piedad cristiana empiecen a causar
hastío, cuando se descuide la frecuencia de los
sacramentos, cuando se recen distraídamente las
oraciones, mascullando las palabras; en suma,
cuando se deje de amar a Dios, para ir en busca de
las vanas satisfacciones del mundo (como
desgraciadamente ya hacen algunos), entonces
mermará el número de alumnos y del clero y
llorarán amargamente y vivirán apenados los que
sean testigos de los ultrajes con los que se hiere
a Dios mismo. El Superior perderá la estimación de
los subordinados, será despreciado e, incluso,
perseguido, como si quisiera destruir las antiguas
costumbres de la religión en el Oratorio; y esto
infundirá amenazador espanto en quien conozca las
causas de ello.
Esté persuadido de que no existe este peligro
por ahora, pues hay muchachos que, con su óptima
conducta e inocencia, le pueden ayudar mucho.
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