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dirigía cartas impregnadas de amor filial y ponía
en su conocimiento las tramas que maquinaban las
sectas contra él. Nos contó don Angel Savio: <>. Más tarde fue
encargado don Pablo Albera de esos recados.
Don Bosco consideraba como suyos los intereses
del Papa, y decía: <>. Ordenaba en
consecuencia que se leyeran en el refectorio las
encíclicas y otros documentos pontificios, e
incluso hacía traducir algunos al italiano para
que los aprendieran de memoria.
No disimulaba sus principios, sino que los
defendía con ardor ante los adversarios que se
oponían a ellos. Y precisamente en aquellos días
glorificaba al Papado con la pluma.
La editorial Paravía preparaba para el mes de
abril el librito: Vida y martirio de los Sumos
Pontífices San Lucio I y San Esteban I por el
sacerdote Juan Bosco.
En este número, después de publicar por entero
el Breve de su Santidad, fechado al 7 de enero,
demuestra con estas dos vidas cómo ((**It6.495**)) los
Papas, por tener jurisdicción universal sobre la
Iglesia, reconocida formalmente por san Cipriano,
consagraban en Roma nuevos obispos y los enviaban
a fundar diócesis en todas las partes del mundo; y
cómo san Esteban deponía de sus sedes, por
indignos, a algunos obispos de Francia y de
España. Se pone de relieve cómo san Lucio exigía
que los jóvenes aspirantes al estado eclesiástico
fueran de probada castidad y lanzaba la excomunión
contra los cristianos que se apoderaban de los
bienes de la Iglesia. Se habla de los milagros
obrados por las reliquias de estos dos Pontífices
mártires y se los compara con las de Jesucristo y
de los apóstoles. Por último, se describe el
glorioso martirio de algunos contemporáneos suyos
por confesar la fe.
Pero los acontecimientos públicos se sucedían,
cada vez con mayor daño para la Iglesia.
Al llegar a este punto, y antes de continuar
nuestra narración, hemos de dar razón a los
lectores de cuanto vamos a referir. Domingo
Ruffino, que fue ordenado sacerdote en 1863 y
estaba dotado de ciencia teológica, virtud,
piedad, talento y criterio nada comunes, comenzó,
en 1859, a tomar diligente nota de cuantos dichos
y hechos, de don Bosco, era testigo; sus profecías
de acontecimientos públicos y privados, y de
fallecimientos de los muchachos de la casa,
señalando
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