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Muy querido y venerado amigo:
El portador de la presente es un neófito, que
fue catequizado por mi óptimo compañero el
canónigo Barberis, a quien vuestra señoría
carísima conoce: el miércoles hizo su abjuración y
recibió el bautismo bajo condición. Es un muchacho
de muy buenas esperanzas; V. S. que sabe conocer
tan bien el corazón de la juventud se convencerá
de ello fácilmente sólo con que hable un rato con
él.
Lo recomiendo a su caridad. Procure colocarle
((**It6.478**)) junto a
un maestro de arte piadoso. Creo que haría usted
una óptima obra si lo internase en su casa; estoy
convencido de que tendrá un gran consuelo, dado el
buen resultado que espero dará mi recomendado.
Ayer recibí su gratísima carta. Le escribiré en
otra ocasión sobre el tema de la misma.
Acuérdese de mí y considéreme como me complazco
en suscribirme.
Vercelli, 23 de enero de 1860.
Afmo. servidor y amigo
DEGAUDENZI, Arcipreste
Así pues, cuatro muchachos, uno hebreo y tres
protestantes, redimidos por las aguas del
bautismo, celebraban por vez primera en el
Oratorio la fiesta de san Francisco de Sales, cuyo
prioste fue el caballero Bosco de Ruffino. El pagó
los gastos de la comida para todos los alumnos,
internos y externos. Por la tarde se celebró el
reparto de premios a los alumnos mejores por su
conducta.
Participó en esta fiesta el joven músico
Domingo Belmonte de diecisiete años, natural de
Genola, diócesis de Fossano. Había ingresado en el
Oratorio aquel mismo mes, con la finalidad de
llegar a ser un buen organista; pero, víctima de
la nostalgia de los primeros días, rondó por su
imaginación la idea de escaparse a su casa. Mas,
adivinando don Bosco que llegaría a ser uno de sus
hijos más fieles y virtuosos, disipó fácilmente en
él toda sombra de tristeza y le aconsejó se
dedicara también al estudio de la lengua latina. Y
Belmonte emprendió aquel estudio con firme
propósito y buena voluntad.
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