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hasta con premios, a la pobre e incauta juventud.
Pero en esta impetuosa tormenta desencadenada por
Satanás, Nos, con humildad de corazón, damos
rendidas gracias a Dios, que, con su favor y
auxilio, presta valor y aliento a los Obispos de
Italia para guardar intrépidamente, cada uno
dentro de su propia grey, el depósito de la fe.
Sirven de alivio a nuestro corazón la estrechísima
concordia de los espíritus, con que también el
Clero atiende en este tristísimo momento a la
salvación de las almas y la firmeza y constancia
de ánimo con que lleva y sostiene toda suerte de
adversidades por la causa de Dios y de la Iglesia.
Y no podemos expresar con palabras el consuelo que
nos proporcionó la parte de tu carta, que nos dio
a conocer que las presentes calamidades de este
tiempo han aumentado tus ánimos, amado hijo, y los
de otras personas eclesiásticas. Y en
consecuencia, os esforzáis enérgicamente con la
predicación de la palabra de Dios, con la difusión
de buenos libros y escritos y uniendo ánimos y
actividades, para oponeros a las maquinaciones de
los enemigos de la Iglesia. No hay nada superior a
este modo de obrar, nada más útil para promover y
enardecer la piedad del pueblo. Ni quedó falta de
buenos resultados esa tu excelente solicitud,
merced a la cual son muchísimos los jóvenes que
van a los benditos Oratorios en los días festivos
y cotidianamente a las escuelas, a su hora
oportuna, y se hacen cada vez más fervorosos
mediante la educación cristiana y la frecuencia de
los Sacramentos. El cuidado que tienes de los
muchachos pobres, ((**It6.474**)) por ti
recogidos, obtiene cada día éxitos más halagüeños,
y aumenta el número de los que un día podrán ser
útiles ministros de la Iglesia. Sigue, amado hijo,
el camino que has emprendido para la gloria de
Dios y provecho de la Iglesia. Soporta las
tribulaciones, que te sobrevinieren, aunque fueren
graves, y sufre con magnanimidad las calamidades
de este tiempo. Ponemos nuestra esperanza en Dios,
el cual por la protección de la Reina del Cielo y
Señora del mundo, la Madre de Dios María Virgen
Inmaculada, nos librará de estos males tan grandes
y consolará a su afligida Iglesia haciendo que
triunfe de sus enemigos. No dudamos lo más mínimo
que con este fin y para obtener a nuestra
debilidad, muy prontamente, el auxilio y socorro
de Dios, seguirás, amado hijo, junto con los
alumnos y colaboradores de tu internado, por ti y
por Nos muy amados, suplicando a Dios con fervor
cada vez mayor, con toda suerte de oraciones. Nos,
calurosísimamente, rogamos también a Dios que os
mantenga a ti y a ellos en su paz, os cubra con su
diestra y os defienda con su santo brazo. Prenda
de este auxilio celeste deseamos que sea la
Bendición Apostólica, que con efusión y afecto de
corazón paterno y con amor impartimos para ti,
amado hijo, y para los alumnos y colaboradores,
así como también para todos los que contigo
trabajan en favor de estas piadosas obras, o las
frecuentan.
Dado en Roma, junto a San Pedro, a 7 de enero
de 1860.
Año décimo cuarto de nuestro Pontificado.
PIO P.P. IX
Mientras el Sumo Pontífice escribía esta
afectuosa carta a don Bosco, el periódico Armonía
abría en su número diecinueve de 1860 una nueva
lista de suscripciones de ofertas al Papa bajo el
nombre de Obolo de San Pedro y, en poco más de un
año, reunió trescientas mil liras. La suscripción
había sido inspirada e impulsada por la duquesa
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