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por el éxito dudoso en los estudios, o asuntos
molestos de familia.
Otras veces disipaba un malhumor oculto,
procedente de excesiva timidez, de celos, de
rencor o de desconfianza. A lo mejor daba de
repente un consejo que no se le había pedido, pero
que se deseaba pedir, y con una precisión que
correspondía exactamente al deseo.
Don Bosco se servía de esta intuición para
resolver o disuadir a los jóvenes, que titubeaban
en si debían o no seguir una vocación que parecía
llamarlos al estado eclesiástico. A muchos
salesianos de hoy, y dichosos de serlo, les dijo
francamente:
-Si quieres salvarte, no tienes más que tomar
este camino. Dios te llama por él.
También las personas ajenas a la casa gozaron
de esta bendición. Nos atestiguaba don Miguel Rúa:
-<>.
Deberíamos poner punto final, porque se trata
de un tema inagotable, si quisiéramos presentar
los testimonios de monseñor Cagliero, del teólogo
Piano, del canónigo Ballesio, de José Buzzetti, de
Juan Villa y muchos otros. Mas, para terminar,
recordaremos todavía un hecho.
Hablaba don Bosco ante algunos sacerdotes y
clérigos sobre la manera de dar publicidad a
ciertas obras suyas. Estaba presente un hermano
coadjutor de más de cuarenta años, que profesaba a
don Bosco ((**It6.468**)) la
mayor veneración, y, sin embargo, en aquel
instante, sin que nada manifestara su pensamiento,
pensó para sus adentros: -íCharlatanerías!
Cuando don Bosco acabó de hablar, se marcharon
todos menos aquel coadjutor, a quien se volvió don
Bosco sonriendo:
-Con que, todo charlatanerías?
-íPero si yo...!
-Tienes razón. Don Bosco es un charlatán.
Y con toda la amabilidad del mundo pasó a otros
temas muy importantes y confidenciales.
Fueron múltiples las revelaciones semejantes a
ésta. Hubo una vez quien en su presencia notó que
no se le escapaba nada de cuanto sucedía a su
alrededor, aun cuando tuviese casi continuamente
los ojos bajos. Y contestó:
-íEs que veo mejor sin mirar!
Efectivamente, veía con los ojos del espíritu
iluminados por la oración.
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