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mira a la frente y lo lee todo. Y cuando, por
ejemplo, veían los compañeros por la noche a
alguno en los pórticos después del rezo de
oraciones, que se escondía detrás de los otros y
le preguntaban por qué no permanecía en su lugar,
respondía apurado:
-Porque don Bosco me lee en los ojos los
pecados.
Pero él lanzaba sus santas redes para pescarlos
y en cuanto lograba decirles una palabra, podía
darse por segura la victoria. Con frases
prudentes, un tanto encubiertas, corregía faltas
secretas; por ejemplo:
-Tienes por arreglar las cuentas con Dios.
Otras veces, al ver a uno triste, le decía:
-Amigo mío, hay que echar del corazón al
demonio si quieres vivir tranquilo.
<((**It6.465**)) don
Juan Bonetti, que después de haber cometido un
pecado y creído que nadie lo sabía, pasó una noche
junto a don Bosco, el cual lo llamó y le dijo en
voz baja: -Y si murieres esta noche, qué sería de
ti?
Aquel muchacho no pudo conciliar el sueño, y a
la mañana siguiente corrió a hacer una buena
confesión.>> Muchas veces llamaba en el recreo a
un muchacho, sugeríale que fuera a confesarse de
tal y tal pecado, y su sugerencia resultaba
sorprendentemente oportuna. Y le amonestaba, le
advertía que sentara la cabeza y le suplicaba que
consolara el corazón misericordioso de Dios.
Pero cuando no lograba acercarse a algunos
muchachos, entonces acudía a otros medios para
sacudir las conciencias de su letargo. Uno de
éstos era colocar una cartita o un papelito debajo
de la almohada del que lo necesitaba. Es
indescriptible la impresión que causaba aquel
papel.
Hacía algún tiempo que don Bosco empleaba las
mayores y más cordiales solicitudes con cierto
muchacho, el cual, a despecho de tanta ternura,
mantenía su corazón obstinadamente cerrado.
Pues bien, una noche, al ir a acostarse, se
encontró una cartita sosobre la cama. La agarró:
estaba firmada por don Bosco, conocía su letra, la
leyó: Si esta noche tuvieses la desgracia de
morir, adónde irías?
El muchacho se quedó yerto; permaneció un
momento en pie junto a la cama aterrado, convulso;
después corrió a la habitación de don Bosco y
llamó. Eran las diez de la noche. Salió don Bosco
a abrir y el muchacho entró exclamando:
-íDon Bosco!, Quiere confesarme, por favor?
Le recibió conmovido don Bosco. Cayó de
rodillas el jovencito y se confesó.
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