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sentía en sí mismo el poder inefable de perdonar
los pecados; estaba seguro de que por su mediación
no pocos habían llegado al puerto de la eterna
salvación. Además, amaba apasionadamente a las
almas para conducirlas a Jesucristo. Estas son las
razones por las que don Bosco, sin hacer caso de
ciertos miramientos humanos, invitaba, a tiempo y
a destiempo, a muchos al saludable baño de la
confesión.
Tenga siempre el lector ante sus ojos el móvil
de estas invitaciones de don Bosco y hallará la
explicación de muchísimos hechos que vamos a ir
refiriendo en los siguientes volúmenes. Al mismo
tiempo se convencerá de que Dios no sólo aprobaba
el proceder de don Bosco para la salvación de las
almas, sino que cooperaba a su ardiente celo de
una manera maravillosa. Afírmase en el libro de
los Proverbios: <> 1.
Pero la paciencia de don Bosco iba más lejos,
puesto que, teniendo ante los ojos el pasado y el
porvenir de tantos jóvenes, se servía de ello para
dirigirlos y ponerlos en guardia contra los
peligros que iban a encontrar.
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Pasemos, pues, a nuevos testimonios y en primer
lugar al que dejó por escrito en 1861 el profesor
de literatura don Juan Turchi, hombre cauto para
prestar fe y crítico severo.
<>Durante los diez años que estuve en el
Oratorio oí decir mil veces a don Bosco:
-Presentadme un muchacho a quien yo nunca haya
conocido en modo alguno y mirándole a la frente le
revelaré sus pecados comenzando a enumerar los de
su niñez.
>>A veces añadía: -Al confesar veo a menudo las
conciencias de los muchachos abiertas ante mí como
un libro en el que puedo leer.
1 Prov. XXVII, 19.
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