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en magnífica escuela de virtud, los que con hueras
palabras, desmentidas las más de las veces por los
hechos, están sentando cátedra de supuesta
democracia, explotando la credulidad del pueblo
para escabel de sus ambiciones. Allí aprenderían
cómo y con cuánta ventaja para los individuos y
para la comunidad, se ennoblecen los ánimos,
informados por la religión, cómo se elevan,
digámoslo así, sobre su natural manera de ser, y
llegan a ser capaces de grandes cosas. En el
Oratorio de Valdocco está como en su casa la santa
y hacendosa fraternidad, que a todos une en
apretado y dulcísimo vínculo, porque todos son
hijos de un mismo rescate, y a todos protege,
anima y amaestra por igual.
Al Apóstol de la juventud de Turín, al humilde
sacerdote, que multiplicó entre nosotros los
grandes ejemplos de Felipe Neri y de Vicente de
Paúl, como a insigne bienhechor de la humanidad,
debemos eterna gratitud, y es nuestra herencia y
nuestro deber de ciudadanos mantener su gloria y
propagarla.
Conde VICTOR DE CAMBURZANO
Diputado
El conde de Camburzano, apodado el Montalembert de
Italia, adicto amigo y bienhechor del Oratorio,
fue testigo aquel año de cómo descubría don Bosco
los secretos de los corazones desde lejos. Estaba
veraneando en Niza cuando un día tuvo ocasión de
hablar de él en una tertulia, donde se encontraban
personas de la alta sociedad, cuya religiosidad
era bastante ((**It6.30**)) postiza
o ajada. Las maravillas que contaba el Conde
hicieron asomar a los labios de aquellos señores
más de una sonrisa burlona, y una dama lo
interrumpió con estas palabras:
-Me gustaría ver si ese reverendo sabe decirme
el estado de mi conciencia; y si lo adivina, os
aseguro que creeré todo lo que queráis.
Aplaudieron los presentes y se determinó hacer
la prueba.
La señora, escribió allí mismo a don Bosco. El
Conde metió la carta cerrada dentro de un sobre
con una hoja en la que le rogaba diera alguna
palabra de consuelo a aquella pobre dama.
Efectivamente ella se sentía habitualmente víctima
de profunda aflicción.
Don Bosco respondió con su acostumbrada
puntualidad al Conde:
-Diga a esa señora que, para alcanzar la paz,
debe reconciliarse con su marido del que se ha
separado.
Y en una esquelita para la dama, añadía:
-Su Señoría puede quedar tranquila arreglando
sus confesiones, desde hace veinte años hasta el
presente; y corrigiendo los defectos cometidos en
el pasado.
La noticia de que aquella señora estuviera
separada del marido resultó completamente extraña
y nueva para el conde de Camburzano, (**Es6.34**))
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