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en privado a cada uno, exhortándoles a cumplirlos
y amonestándoles si luego faltaban a ellos.
íCómo se interesaba para poseer los corazones y
llevarlos a ((**It6.445**)) Dios! A
fines del 1861 manifestó a los muchachos el deseo
de recibir sus papelitos, y todos los escribieron
y entregaron. Unos días después, les hablaba así
en su plática diaria:
-He leído vuestros papelitos; he encontrado en
ellos bonitas expresiones, promesas de oraciones y
de buena conducta, pero no he visto en ninguno lo
que yo tanto deseaba. Y, sin embargo, hay aquí en
casa un muchacho, cuyo apellido debía haberos
recordado mi deseo. >>No está aquí Do (doy), el
sobrino del canónigo Marengo? Pues bien; yo
esperaba de todos esta palabra: don Bosco, le doy
la llave de mi corazón!
Estaba don Bosco firmemente persuadido de que
la confianza con el Superior era remedio eficaz
contra las pasiones y antídoto contra muchos males
morales, y que cada acto de confianza cierto
equivalía a una gran victoria contra el demonio.
Cierto joven excelente, nos refirió don Pablo
Albera, había contraído una fuerte amistad con
otro compañero y, aunque era muy honesta, estaba
intranquilo. Sin embargo, no dijo nada de ello a
don Bosco durante algunos meses. Finalmente, como
la afición iba creciendo en él, empezó a sentir
escrúpulos y confió a don Bosco el secreto de su
corazón. Contestóle el Siervo de Dios:
-Me había dado cuenta de ello y estaba yo algo
preocupado por ti; mas ahora que te has abierto,
ya no temo.
Don Bosco se ganaba la confianza de la mayoría
de sus muchachos, porque no manifestaba en modo
alguno lo que le confiaban y porque toleraba
siempre, por amor a Dios, con heroica paciencia e
hilaridad los gritos, las molestias, la
irreflexión, la variedad de temperamentos y demás
defectos juveniles, físicos e intelectuales, hijos
de una vulgar y hasta mala educación.
Al hablar de estos papelitos, hemos de advertir
también que don Bosco guardaba cuidadosamente los
más importantes, como ((**It6.446**)) reclamo
para el porvenir. íCuántas veces algún muchacho,
olvidado ya de las promesas hechas al Señor e
inclinándose al mal, veía que le ponían delante
aquel papelito, que le reprochaba dulcemente su
infidelidad! íCuántas otras hubo quien, ya en su
casa, cuando menos lo esperaba, cuando ni siquiera
pensaba en el Oratorio, engolfado en sus negocios,
entregado a la disipación e incluso a una vida
libre, recibió por correo aquel papelito tan
elocuente, recuerdo de los años de gracia y
estímulo para volver al buen camino!
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