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((**Es6.337**) Por último invitaba a los dos juntos a salir con él y pasar un rato de distracción. Al principio hacían algún gesto de contrariedad, pero no se atrevían a decir que no a don Bosco. Le seguían silenciosos y vacilantes. No tardaba él en tomar la palabra, los hacía llegar a darse alguna explicación, los alegraba, los hacía reír y, cuando regresaban al Oratorio, eran amigos de nuevo. A las ya descritas, debemos añadir otras industrias. No dándose por satisfecho con las máximas que sugería confidencialmente de palabra, escribía otras en papelitos que hacía llegar oportunamente a los muchachos en muchísimas ocasiones. Por ejemplo: -Procura que todo lo que haces, hablas o piensas, sea para bien de tu alma.- Sufre algo con gusto por aquel Dios, que tanto sufrió por ti. - No olvides en los trabajos y sufrimientos que tenemos preparado en el cielo un gran premio. - Quiero que nos ayudemos mutuamente a salvar el alma. - El que no es obediente carecerá de toda virtud. - El que anda con los buenos, irá al paraíso. - En la hora de la muerte te pesará haber perdido tanto tiempo sin provecho alguno para tu alma. - No merece compasión quien abusa de la misericordia del Señor para ofenderlo. - Si pierdes el alma, todo está perdido. - >>Qué te ha hecho el Señor para que le trates tan mal? -íEn guardia! Quien no está preparado hoy para bien morir, corre gran riesgo de morir mal. -Guarda tus ojos para contemplar un día en el paraíso el rostro de la Virgen María. Escribía otros consejos por centenares y centenares que no se nos entregaron por ser muy confidenciales. Más aún, llegó a escribir varias veces un papelito particular para ((**It6.443**)) cada uno de los que vivían en casa, cuando su número llegaba casi al millar. Y no se contentaba con sencillos papelitos, sino que, en algunas circunstancias del año, solía escribir a sus muchachos hermosísimas cartas, generalmente en latín a los clérigos, entretejidas con sentencias tomadas de los Evangelios, de los Santos Padres y de la Imitación de Cristo. Solía ir cada año al Santuario de San Ignacio, en Lanzo, para hacer los ejercicios espirituales y, si bien estaba allí ocupadísimo atendiendo al confesonario, aún encontraba tiempo para dirigir muchísimas cartas al Oratorio. Lo confirma un piadoso y docto sacerdote antiguo alumno: <>. Lo mismo hacía cuando iba a pasar una semana a otros lugares. Desde uno de éstos escribió a uno de sus sacerdotes adivinando (**Es6.337**))
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