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((**Es6.336**) pronto como entraban en su aposento, comenzaba a calmarlos con una sonrisa y con una de aquellas miradas suyas que calaban el corazón, y después, con una broma ocurrente, que sólo él sabía decir con tino, acallaba en ellos toda pasión y los hacía reír; luego, los invitaba a sentarse y a exponerle lo que querían decirle. Así que habían terminado, aquellos pobrecitos, las más de las veces quedaban consolados con sus avisos y consejos. Si se trataba de algo que dependía de otros, les decía: -Vete a fulano en mi nombre y dile: don Bosco ha dicho ((**It6.441**)) esto y lo otro. O bien: -Di a mengano que me hable del asunto, y puedes estar seguro de que no me olvidaré de ti. Por lo demás, sigue siendo amigo de don Bosco y no temas; todo se arreglará. Otras entrevistas concluían con el regalo de una estampa, una medalla, un librito, un crucifijo, o una fruta; y a veces, como muestra de confianza, le daba un recado de su parte para algún Superior o compañero. De este modo ponía paz en los corazones y tranquilidad en la casa. Y para que reinara la paz en ella mandaba rezar cada día una avemaría por la mañana y por la noche en las oraciones de la comunidad. Don Julio Constantino, sucesor del teólogo Murialdo en la dirección de la Pía Obra de los Artesanitos en Turín, decía hace ya muchos años a algunos salesianos: -Vosotros poseéis en vuestra casa un tesoro que nadie más tiene en Turín, ni siquiera las otras comunidades religiosas. Poseéis una habitación en la que quien entra afligido, sale radiante de alegría: íes la habitación de don Bosco! Millares de nosotros hemos comprobado esta verdad. Pero, a veces, la caridad de don Bosco no conseguía plenamente sus intentos con estos coloquios, y entonces recurría a una medicina o expediente, que él llamaba la de los tres paseos. Cuando había un desacuerdo o disensión muy acentuada entre dos muchachos mayores y veía que era difícil poner paz entre ellos, invitaba a uno a ir de paseo con él. Este acto de amistad calmaba aquel corazón alterado, y entretanto don Bosco le dejaba contar toda la historia de los agravios, que creía le habían hecho. Otro día invitaba al segundo a dar un buen paseo y le permitía que dijiese cuanto quisiera contra el compañero. ((**It6.442**)) Por supuesto que, con sus afables razones, trataba de disipar los prejuicios de uno y de otro, pero sin contrariar sus sentimientos. (**Es6.336**))
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