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Dijo un día a un buen muchacho:
-Quiero que hagamos un contrato juntos.
-Qué contrato?
-Te lo diré otro día.
Pasó el muchacho una semana la mar de
preocupado, fue a confesarse con don Bosco, y le
preguntó:
-íDígame! Qué clase de contrato quiere hacer
conmigo?
-Dime tú, respondió don Bosco; te gustaría
quedarte en el Oratorio para estar siempre con don
Bosco?
-íOjalá!, exclamó el muchacho, sin comprender
el alcance de la propuesta.
-Pues bien, vete a don Miguel Rúa y dile que yo
quiero hacer contrato
contigo.
Cumplió el muchacho el encargo. Quedóse Rúa un
poco perplejo porque de golpe no captó el alcance;
pero, después, lo llevó a una conferencia que don
Bosco daba a los Salesianos. Asistió el muchacho a
ella y a otras más, se inscribió en la pía
Sociedad y es hoy un celoso sacerdote Salesiano.
No dejaba de reconvenir amablemente a quien lo
merecía; pero, si temía que el reproche no iba a
ser bien recibido, ((**It6.440**))
procuraba que junto con aquel puntilloso se
encontrase otro compañero juicioso, a veces
prevenido y a veces no. Dirigía la corrección a
éste y así el otro amigo recibía la observación
correspondiente y comprendía cuál era su
obligación, sin darse cuenta, por lo menos en el
momento, del ardid empleado. Pero no faltaba el
buen efecto y, reflexionando, se daba cuenta de
que don Bosco llevaba razón y volvía más tarde a
él para pedirle perdón y prometer una conducta más
ejemplar.
Sucedía en ocasiones una escena de risa.
Porque, a veces, el conocedor del ardid de don
Bosco no se mantenía dueño de sí mismo en el
momento del reproche y se quedaba turbado, pero
callaba por respeto al Superior. Mas después, al
quedar a solas con él, hubiera querido defenderse,
y don Bosco le interrumpía con estas sencillas
palabras:
-íNo me has entendido!
Esto bastaba para disipar la nube y al mismo
tiempo le daba a entender que hubiera deseado algo
más de humildad.
Tenía también un tacto especial para consolar a
los afligidos por una desgracia familiar, a los
achacosos, a los enfadados por cualquier cuestión,
a los escrupulosos, a los que querían dejar el
Oratorio por disgustos allí tenidos, según decían,
o por otro motivo. Tan
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