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don Bosco, servía para darles a conocer una de sus
eminentes virtudes.
((**It6.438**)) Pero él
sobre todo, pese a sus múltiples y graves
ocupaciones, estaba siempre dispuesto a recibir en
su habitación con corazón de padre a los muchachos
que le pedían audiencia particular. Más aún,
quería que lo trataran con familiaridad y no se
quejaba nunca de la indiscreción con que a veces
le importunaban.
Nunca se advertían en él gestos de sorpresa,
expresiones precipitadas, ni movimientos
violentos, sino más bien calma inalterable y
comportamiento constantemente uniforme; todos se
presentaban a él de buen grado, con el corazón en
la mano, por lo que no es de extrañar que
ejerciera tanto poder, incluso hasta en el ánimo
de los más reacios. Dejaba a todos plena libertad
para preguntar, exponer dificultades, defensas y
disculpas. Cierto día, preguntóle uno de sus
sacerdotes por qué aguantaba tanto y él, ocultando
su virtud, le contestó bromeando:
-Sabes qué significa ser pícaro? íSaber hacerse
el bonachón! Y eso hago yo: dejo decir cuanto se
les antoja, oigo a uno, atiendo a otro, escucho
bien sus palabras y, a la postre, a la hora de
decidir, tengo todo en cuenta, logro conocer
perfectamente todo.
Cuando acudían los alumnos a la audiencia, no
omitían ningún detalle de urbanidad y de las
atenciones debidas al Superior. Como don Bosco era
irreprochable en el aseo de su persona, exigía la
misma pulcritud en los demás. Sabían los
muchachos, cuando se presentaban ante él, que
examinaba su chaqueta y su cuello, que daba una
mirada a sus zapatos y, si no los encontraba
decentes, los enviaba a arreglarse. Se
presentaban, por tanto, de forma que don Bosco no
tuviese nada que observar.
Al entrar en su habitación, él los recibía con
el mismo respeto con que trataba a los grandes
señores. Los invitaba a sentarse en el sofá
mientras él se sentaba ante el escritorio y los
escuchaba ((**It6.439**)) con la
mayor atención, como si lo que le exponían fuera
de gran importancia. A veces se levantaba y
paseaba con ellos por el aposento. Acabado el
coloquio, los acompañaba hasta el umbral, abría él
mismo la puerta y los despedía diciendo:
-Siempre amigos, >>verdad?
Bajaban los muchachos la escalera rebosando
alegría, ya que no son para dichas la singular
discreción y cordura de don Bosco para dar
consejos oportunos que, practicados, producían
provechoso y beneficioso efecto. íCuántas
vocaciones nacieron en aquella habitación!
íCuántos mejoraron su vida con aquellas visitas!
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