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((**Es6.332**) Estos juegos y habilidades no distraían su vigilancia sobre el rebaño, cuyas ovejitas conocía perfectamente. Por eso, cuando advertía durante el recreo ciertos corrillos y sospechaba que se entretenían en conversaciones inconvenientes o murmuraciones, llamaba a uno y le decía: -Necesito que me hagas un favor; ten la llave de mi habitación, busca en la estantería tal libro y tráemelo. Iba el chico corriendo a buscarlo, pero a veces el libro no aparecía, volvía al final del recreo, don Bosco le daba las gracias y le mandaba ir a clase. Otras veces enviaba a uno a la portería para ver si había llegado determinado forastero; a otro, a buscar a un compañero con quien decía tener que hablar; a un tercero, a enterarse de si el Prefecto estaba en su despacho; a un cuarto, a buscar un bonete, a llevar una carta, o bien a pedir a un profesor las hojas de los ejercicios de clase. Era sagacísimo para tales ardides. Los muchachos, obligados a rendir cuentas del encargo cumplido, iban de un lado para otro, satisfechos de prestar un servicio a don Bosco, sin advertir el fin por el cual se lo había encomendado. Era admirable su prudencia. Un superior desconfiado, siempre es causa de murmuraciones, irrita a los que no son muy buenos, hace desconfiados a los que se portan bien y pierde el aprecio de todos. Algunas tardes, en lugar de dejar que se quedaran a su alrededor los muchachos que se acercaban en tropel, los colocaba en una larga hilera, se ponía él ((**It6.436**)) a la cabeza y ordenaba que todos imitaran los gestos que él iría haciendo. Ora golpeaba las palmas de las manos una contra otra, ora saltaba con un solo pie, ya caminaba encorvado, ya con los brazos en alto, ahora haciendo mil movimientos con los dedos, ahora doblando las rodillas de tal modo que, al querer hacer lo mismo los chiquillos, caían de bruces por el suelo. Los otros compañeros, esparcidos acá y allá, acudían a contemplar el espectáculo y reían y aplaudían sin parar. Finalmente poníanse todos en marcha detrás de don Bosco, que daba cien extrañas vueltas alrededor de todas las pilastras, por los rincones escondidos, por los lugares del patio adonde no llegaba la luz de los faroles, o que solían quedar más desiertos; y, de este modo, cantando, riendo, gesticulando, se aseguraba por sus propios ojos de que nada malo sucedía. Hasta fuera del Oratorio llegaba su vigilancia. Acompañaba muchas veces a los chicos durante el paseo y estudiaba si había algo que corregir en él. No quería que se desparramaran, que entraran en las tiendas a comprar o que fueran a visitar a sus parientes. Volvía un (**Es6.332**))
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