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de los presentes su horóscopo. Pero uno no podía
seguir la complicada operación aritmética, otro
olvidaba un número e insistía para que don Bosco
lo repitiera, un tercero pedía lápiz y papel para
calcular la respuesta. Alguno de ingenio más
perspicaz lograba descifrar el enredo y quería que
don Bosco confirmara el resultado obtenido; mas él
añadía un pero, un si condicional, un veremos, un
con tal que sigas siendo bueno, que inutilizaba el
cálculo. Reía él, reía también la mayor parte de
los chicos; mientras unos quedaban amoscados y
otros pensativos. No todos querían creer que don
Bosco hiciera aquello por pasatiempo, sino que se
obstinaban en que con aquel artificio quería
ocultarles la gracia que le concedía el Señor de
conocer el porvenir. Por eso tomaban nota de cada
una de las palabras que les había dicho al
respective. Tanto más cuanto que, en apariencia, o
en realidad, como podemos atestiguar nosotros
mismos, se había cumplido exactamente el
pronóstico en más de una ocasión. De cualquier
modo que ello fuera, como todos sin distinción le
tenían por santo, resultaba que aún los que
querían aparentar indiferencia, y hasta
escepticismo, se veía cómo grababan en su mente
las palabras de don Bosco, y después de cuarenta o
cincuenta años, al llegar la época en que les
parecía haberles sido anunciado el término
((**It6.433**)) de su
vida, se preparaban seriamente a bien morir. Lo
cual fue un gran bien para algunos, incluso
sacerdotes.
Los entretenía también de mil diversos modos,
como nos refirió José Brosio. Cuando don Bosco
tenía un regalo para repartir a los alumnos y no
podía o no quería sortearlo o darlo como premio a
los vencedores de una partida de juego, acudía a
un ardid que excitase la risa y despertase la
curiosidad. Varias veces llegó al patio llevando
consigo fruta, pasteles o caramelos y no sabiendo
en aquel momento qué juego escoger, propuso dar
todo aquello a quien tuviera el palmo más largo
que el suyo. Todos aceptaron el desafío. Midióse a
todos la distancia de la punta del pulgar a la del
meñique, y como don Bosco tenía las manos muy
pequeñas, ganaron muchos la apuesta y alcanzaron
el premio entre las carcajadas de los presentes.
En efecto, la medida de cientos de manos, pocas de
las cuales eran rechazadas, pero que después
llenaba don Bosco con alguna golosina, despertaba
la atención, provocaba gracias, bromas y las
inagotables chanzas de don Bosco. Otras veces daba
el regalo a quienes tenían el palmo más pequeño
que el suyo.
No se limitaban a esto los artificios fruto de
su caridad. Solía en otras circunstancias tomar la
mano de un muchacho, extenderla sobre
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