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((**Es6.330**) de los presentes su horóscopo. Pero uno no podía seguir la complicada operación aritmética, otro olvidaba un número e insistía para que don Bosco lo repitiera, un tercero pedía lápiz y papel para calcular la respuesta. Alguno de ingenio más perspicaz lograba descifrar el enredo y quería que don Bosco confirmara el resultado obtenido; mas él añadía un pero, un si condicional, un veremos, un con tal que sigas siendo bueno, que inutilizaba el cálculo. Reía él, reía también la mayor parte de los chicos; mientras unos quedaban amoscados y otros pensativos. No todos querían creer que don Bosco hiciera aquello por pasatiempo, sino que se obstinaban en que con aquel artificio quería ocultarles la gracia que le concedía el Señor de conocer el porvenir. Por eso tomaban nota de cada una de las palabras que les había dicho al respective. Tanto más cuanto que, en apariencia, o en realidad, como podemos atestiguar nosotros mismos, se había cumplido exactamente el pronóstico en más de una ocasión. De cualquier modo que ello fuera, como todos sin distinción le tenían por santo, resultaba que aún los que querían aparentar indiferencia, y hasta escepticismo, se veía cómo grababan en su mente las palabras de don Bosco, y después de cuarenta o cincuenta años, al llegar la época en que les parecía haberles sido anunciado el término ((**It6.433**)) de su vida, se preparaban seriamente a bien morir. Lo cual fue un gran bien para algunos, incluso sacerdotes. Los entretenía también de mil diversos modos, como nos refirió José Brosio. Cuando don Bosco tenía un regalo para repartir a los alumnos y no podía o no quería sortearlo o darlo como premio a los vencedores de una partida de juego, acudía a un ardid que excitase la risa y despertase la curiosidad. Varias veces llegó al patio llevando consigo fruta, pasteles o caramelos y no sabiendo en aquel momento qué juego escoger, propuso dar todo aquello a quien tuviera el palmo más largo que el suyo. Todos aceptaron el desafío. Midióse a todos la distancia de la punta del pulgar a la del meñique, y como don Bosco tenía las manos muy pequeñas, ganaron muchos la apuesta y alcanzaron el premio entre las carcajadas de los presentes. En efecto, la medida de cientos de manos, pocas de las cuales eran rechazadas, pero que después llenaba don Bosco con alguna golosina, despertaba la atención, provocaba gracias, bromas y las inagotables chanzas de don Bosco. Otras veces daba el regalo a quienes tenían el palmo más pequeño que el suyo. No se limitaban a esto los artificios fruto de su caridad. Solía en otras circunstancias tomar la mano de un muchacho, extenderla sobre (**Es6.330**))
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