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primeras vísperas de la vigilia se adorna la
iglesia con colgaduras, franjas doradas recorren
la cornisa, lámparas y arañas de luz cuelgan de
los muros, el altar se reviste con todas sus
galas, todo son luces, flores y armonía.
Al día siguiente, con las primeras luces de la
aurora, comenzó el incruento sacrificio;
sucedíanse los sacerdotes en el altar y repartíase
a la numerosa muchedumbre el Pan de los Angeles,
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mientras las argentinas voces del coro juvenil se
unían a las graves y prolongadas notas del órgano,
extasiaban el alma y la embriagaban de delicia
sobrehumana. Alternábanse de este modo las horas
de oración con las de recreo; hubo, después, misa
solemne, vísperas cantadas, panegírico del Santo.
Cerró los actos religiosos una solemne y devota
procesión que fue como la corona de todos ellos.
Era un espectáculo conmovedor ver a aquellos
muchachos del pueblo, alineados en dos filas, que
marchaban con aire modesto y recogido, mientras
unos hacían sonar los instrumentos de la banda,
otros cantaban himnos y finalmente algunos
llevaban a hombros la estatua del Santo Patrono.
Cerró el solemne acto la bendición con el
Santísimo impartida a la nutrida muchedumbre.
Después de ofrecer a Dios las primicias, y la
mayor parte de la jornada, llegó la hora de las
alegres diversiones. Reuniéronse todos en el
espacioso patio, donde en lo alto de un balcón
extraíanse y se proclamaban entre alegre gritería
los números de la rifa, para la cual se habían
repartido gratuitamente un poco antes los
billetes. El afortunado podía escoger libremente
el premio entre los mil diversos objetos expuestos
en mesas oportunamente preparadas, mientras latía
fuertemente el corazón y temblaba la mirada de los
espectadores, no favorecidos todavía por la
suerte, víctimas del ansia mal reprimida.
Mientras tanto se van apiñando los espectadores
en otra sala. Se encienden las luces, la orquesta
afina y prepara los instrumentos, y por fin, se
levanta el telón. Y he aquí a los alumnos de don
Bosco, transformados en actores para representar
con gracia y desenvoltura admirable: allí, el
cómico con todos los secretos de una mímica
perfecta, tan al vivo, tan al natural, que no se
podría pedir más al artista consumado; allí, el
padre noble, el viejo criado; allí, el personaje
que canta y habla a las mil maravillas. El público
aplaude con frenesí y quisiera parar al día en su
rápida carrera. Pero el espectáculo teatral toca a
su fin y, como todo lo mortal, pasa y fenece.
Ya empezaba la noche a desplegar su manto y
hacíase cada vez más densa la oscuridad, cuando de
pronto se oyó un estampido y el silbar de los
cohetes que rasgaban las tinieblas con repentino
fulgor. Cintas de fuego trazaban sus espléndidas
curvas bajo la bóveda del cielo y estallaban
esparciendo haces de centelleantes estrellitas.
Cortada la cuerda que lo tenía preso, se lanzó a
lo alto un globo aerostático que subió al espacio
y se perdió entre las oscuras tinieblas, mientras
la muchedumbre arrobada tendía la mirada y
aplaudía sin cesar.
((**It6.29**)) Difícil
trabajo sería querer expresar con palabras el gozo
que se traslucía en todos, la alegría de la
multitud de padres y parientes que habían acudido,
el orden que reinaba en todas partes, los
solícitos cuidados de don Bosco y de sus
colaboradores, para que resultara lo más
espléndida y agradable posible aquella fiesta de
familia.
iAh!, sin duda puede con razón envidiar estas
diversiones sencillas e inocentes la edad provecta
arrebatada por el turbión del mundo, donde se ríe
a flor de labios, mientras el corazón está
desgarrado y, donde a los vanos placeres, sigue
frecuentemente con pie veloz el aburrimiento y un
remordimiento duradero.
Hubiera yo deseado que estuvieran presentes en
el Oratorio de Valdocco, como(**Es6.33**))
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