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((**Es6.329**) leídos en las cartas edificantes de la Propagación de la Fe o también en relaciones privadas. ((**It6.431**)) A menudo interrumpía su narración el tintineo de la campanilla que ponía fin al recreo y dejaba colgado al impaciente auditorio con la curiosidad de escuchar la continuación a la tarde siguiente, que no siempre podía ser satisfecha, por estar don Bosco entretenido en su habitación con algún asunto, o por encontrarse rendido de haber hablado mucho durante todo el día. Pero, aun entonces, no dejaba de ir adonde le esperaban con ansia, y su mente fecunda sabía inventar recursos sencillísimos para ocupar aquel tiempo con fruto. Y lo mismo entonaba una canción sagrada, la cual seguían centenares de voces, que improvisaba un juego que no necesitaba movimiento. Los muchachos le pedían muchas veces que dijera a cada uno los años que iba a vivir, y don Bosco les contestaba, haciéndoles comprender que se trataba de una broma. Hemos de advertir aquí que la instrucción y educación que se daba en el Oratorio excluía la más mínima superstición y que durante los cuarenta y tres años que hemos conocido en él a miles de jovencitos, hemos admirado en ellos una fe sencilla y franca, que aborrecía toda engañifa. Pues bien, don Bosco mandábales abrir la palma de las manos y empezaba a mirar los surcos trazados en ellas, especialmente los del medio, que parecen formar una M. Esta letra le daba ocasión para observar que todo hombre lleva consigo un memorándum continuo de la muerte, hacia la que camina. Después preguntaba: -Cuántos años de vida llevas ya pasados? Uno respondía: tengo doce; otro, diecisiete; éste, catorce y aquél veintiuno. Entonces reflexionaba, añadiendo después con aire un tanto misterioso a uno y a otro: -Antes de que tú tengas treinta años... cuando ((**It6.432**)) llegues a los treinta y cinco... íoh! si tú llegas a los cuarenta... quién sabe... íveremos!... Algo sucederá. Y se ponía a considerar los surcos con afectada seriedad y con enigmáticas y graciosas palabras, y con algún chascarrillo condimentado siempre con un buen pensamiento, decía a uno: -Escucha con atención. Tienes quince años, verdad? Pues calcula. Quince, más diez, menos siete, más doce, menos diecinueve: cuánto es? Adivínalo. Y así seguía embrollando, variando números y dando a cada uno (**Es6.329**))
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