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leídos en las cartas edificantes de la Propagación
de la Fe o también en relaciones privadas.
((**It6.431**)) A
menudo interrumpía su narración el tintineo de la
campanilla que ponía fin al recreo y dejaba
colgado al impaciente auditorio con la curiosidad
de escuchar la continuación a la tarde siguiente,
que no siempre podía ser satisfecha, por estar don
Bosco entretenido en su habitación con algún
asunto, o por encontrarse rendido de haber hablado
mucho durante todo el día. Pero, aun entonces, no
dejaba de ir adonde le esperaban con ansia, y su
mente fecunda sabía inventar recursos
sencillísimos para ocupar aquel tiempo con fruto.
Y lo mismo entonaba una canción sagrada, la
cual seguían centenares de voces, que improvisaba
un juego que no necesitaba movimiento.
Los muchachos le pedían muchas veces que dijera
a cada uno los años que iba a vivir, y don Bosco
les contestaba, haciéndoles comprender que se
trataba de una broma. Hemos de advertir aquí que
la instrucción y educación que se daba en el
Oratorio excluía la más mínima superstición y que
durante los cuarenta y tres años que hemos
conocido en él a miles de jovencitos, hemos
admirado en ellos una fe sencilla y franca, que
aborrecía toda engañifa.
Pues bien, don Bosco mandábales abrir la palma
de las manos y empezaba a mirar los surcos
trazados en ellas, especialmente los del medio,
que parecen formar una M. Esta letra le daba
ocasión para observar que todo hombre lleva
consigo un memorándum continuo de la muerte, hacia
la que camina. Después preguntaba:
-Cuántos años de vida llevas ya pasados?
Uno respondía: tengo doce; otro, diecisiete;
éste, catorce y aquél veintiuno.
Entonces reflexionaba, añadiendo después con
aire un tanto misterioso a uno y a otro:
-Antes de que tú tengas treinta años... cuando
((**It6.432**)) llegues
a los treinta y cinco... íoh! si tú llegas a los
cuarenta... quién sabe... íveremos!... Algo
sucederá.
Y se ponía a considerar los surcos con afectada
seriedad y con enigmáticas y graciosas palabras, y
con algún chascarrillo condimentado siempre con un
buen pensamiento, decía a uno:
-Escucha con atención. Tienes quince años,
verdad? Pues calcula. Quince, más diez, menos
siete, más doce, menos diecinueve: cuánto es?
Adivínalo.
Y así seguía embrollando, variando números y
dando a cada uno
(**Es6.329**))
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