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-íOh, don Bosco!
La confusión y el apuro en que se encontraba el
pobre joven no son para descritos. Se quedaba
inmóvil, con la cara encendida como una brasa y la
cabeza baja. Entonces don Bosco, mientras el
muchacho tomaba su mano para besársela, le decía:
-Por qué huyes de mí?
-íYo no!
-Así, seremos amigos? Oye una palabra.
Y mientras le hablaba al oído, el muchacho
decía que sí con la cabeza.
Cuando don Bosco regresaba de viaje, los
muchachos corrían a su encuentro con gran
entusiasmo y se apretaban a su alrededor. Pero
alguno se quedaba atrás alejado de los demás. Era
ello una señal infalible de que tenía algún
secreto oculto en su corazón. Durante muchos años
éstos no pasaron de dos o tres cada vez; prueba
consoladora de que en el Oratorio las cosas
marchaban bien. Es fácil imaginar que don Bosco
dedicaba a éstos toda su atención, pues el
quedarse alejados de él era indicio evidente de
una conciencia desarreglada.
En tales circunstancias, al ver que los que se
habían metido en algún lío, le estaban
contemplando desde atrás del tropel de los
compañeros, pero separados de éstos cuatro o cinco
pasos, salía diciendo:
-íHe traído un bonito regalo para algunos de
vosotros!
Y los muchachos, picados por la curiosidad,
esperaban ver aquel regalo.
((**It6.420**)) -Y
sabéis a quién se lo quiero dar?
Los muchachos iban nombrando a los mejores.
-Quiero dárselo a íaquéllos que están allí!
Todos miraban hacia atrás, extrañados de que se
tratara de quienes a su entender no eran dignos de
premio. Los que estaban apartados se quedaban como
petrificados, pero don Bosco los iba llamando por
su nombre, uno a uno, los invitaba a acercarse,
mientras los compañeros les abrían paso. Los
pájaros quedaban presos en la red; una palabra
suave se deslizaba lentamente en sus oídos y no
pasaba la tarde, o bien la mañana siguiente, sin
que acudieran a confesarse.
Concluimos este tema con el testimonio de
monseñor Cagliero:
<(**Es6.320**))
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