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carácter, y sabía dar siempre con irresistible
amabilidad un aviso acomodado a las necesidades de
cada cual. Pero lo que confería muchísima eficacia
a su palabra era que, muchas veces indicaba a un
muchacho cosas secretas que sólo él conocía y a
menudo acontecimientos futuros relacionados con su
persona, que después se verificaban exactamente.
Por eso los alumnos daban suma importancia a esta
su santa industria y costumbre, y de ello se puede
argüir, mas sin conocer en toda su extensión, los
admirables efectos que producían en aumento de la
virtud y de la salvación de las almas.
A menudo decía don Bosco a un joven: -quieres
que te diga una palabra? O bien los mismos jóvenes
le pedían: -íDígame una palabra! Y don Bosco,
colocando una mano sobre la cabeza del joven e
inclinándose hasta su oreja, le hablaba en secreto
haciendo pantalla con la otra para que nadie
pudiera oír. Era digno de ver el distinto aspecto
que tomaban las fisonomías de los muchachos en
aquel momento: sonrientes unas, otras serias;
alguno se ponía rojo como un tomate, otro rompía a
llorar, éste daba a entender un sí, aquél, un no,
quién se retiraba pensativo a pasear él solo,
quién decía gracias y corría a jugar, quién se
dirigía en seguida a la iglesia para visitar a
Jesús Sacramentado. Los había que, después de oír
la palabrita, no sabían separarse de don Bosco y
se quedaban como absortos en una idea grandiosa y
quiénes, haciendo pantalla con su mano ante la
boca, contestaban al oído de don Bosco o le hacían
alguna pregunta. La palabra que don Bosco decía a
cada uno no duraba más que unos segundos. Pero era
como un dardo de fuego que traspasaba el corazón y
quedaba clavado de manera que era imposible
arrancarlo. Ora era un consejo, ora una
observación, un estímulo al bien y también un
reproche. En efecto no solía don Bosco ((**It6.416**))
reprochar ásperamente y mucho menos en público.
Nunca daba a conocer que tenía en poco a un joven
y, aun los que reconocían no merecer
consideraciones, sabían que don Bosco no los
avergonzaría de ningún modo. En toda su vida no
humilló nunca a nadie, salvo el caso en que se
tratase de reparar un escándalo público. De ahí
nacía la confianza y la entrega al superior de la
casi totalidad de los chicos del Oratorio. Por eso
el aviso amistoso no deshonraba, producía buen
efecto y alentaba a la perseverancia en el bien.
Dicen los Proverbios <>
1.
Estas palabras frecuentemente eran así:
-Podrías ofrecer como
1 Proverb. XXV, 12.
(**Es6.317**))
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