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Como sapiente educador los prevenía, invitándolos
a juegos que ejercitaban sus fuerzas físicas. Y él
mismo se asociaba a sus diversiones y a veces los
desafiaba a una carrera.
Otras veces invitaba a todos a jugar al marro y
hacía que le colocara la suerte en uno de los
bandos, cuando veía en el otro a un determinado
jugador, que llevaba tiempo [403] con una conducta
dudosa y se industriaba por estar alejado de él y
así no ser amonestado. Empezaba el juego, y cuando
estaba encarrilado y era máxima la confusión de
los jugadores, don Bosco, puestos sus ojos en la
presa, salía a tiempo de su trinchera y,
esquivando todo obstáculo, la agarraba, mientras
todos gritaban: íPreso, preso! Y entonces le decía
don Bosco bromeando una de aquellas palabras, que
le ganaban los corazones.
Si no se sentía con fuerzas para este juego,
colocaba a los muchachos en fila de dos en dos, se
ponía él a la cabeza del batallón, abría después
de la marcha y íadelante! Entonaba el estribillo
piamontés: Un, doi, polenta e coi (uno, dos,
polenta y coles); los chicos lo repetían cientos
de veces, marchando a paso acompasado, batiendo
palmas y golpeando el suelo bajo los pórticos con
tanto ruido como para hacer temblar la tierra.
Salían al patio, volvían a entrar bajo las
arcadas; giraban a la derecha, a la izquierda;
subían las escaleras por un lado, pasaban por un
corredor, bajaban por otra escalera. Y siempre
batiendo palmas y levantando la voz, de acuerdo
con el ejemplo que don Bosco les daba. Por fin,
cansados pero alegres, oían con pesar el sonido de
la campanilla que los llamaba a sus deberes. Este
paseo hacía el papel de una ronda de inspección.
Muchísimas veces, particularmente el curso de
1859-1860, alineaba don Bosco a centenares de
muchachos en mitad del patio en fila india; se
ponía él a la cabeza y después de decir: -Siempre
detrás de mí; hay que poner el pie sobre la huella
del que va delante-, abría la marcha batiendo
palmas a compás, imitado por los que le segúian. Y
ahora giraba a la dercha, ahora a la izquierda,
ahora marchaba en línea recta, ahora trazaba una
oblicua y, al cambiar de dirección, formaba un
ángulo agudo, un ángulo recto o una
circunferencia. De repente decía. íAlto! Y los
muchachos, que le había seguido en todos aquellos
rodeos ((**It6.404**))
caprichosos, quedaban colocados, uno junto a otro,
en grupos extraños cuyo significado no hubiera
podido explicar un observador. Pero otros
muchachos, que comprendían la intención de don
Bosco con aquellos movimientos, subían a la
galería, veían cómo cada grupo formaba una letra
de enorme tamaño y leían claramente las palabras:
VIVA PIO NONO.
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