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((**Es6.306**) Pocos hubo en el mundo, creemos nosotros, que atrajeran de tal modo a los niños y supieran aprovechar este afecto para su bien. Don Bosco en medio de los muchachos era la amabilidad personificada. Monseñor Cagliero, los clérigos y los mismos jóvenes decían de él: Apparuit benignitas Salvatoris nostri (Apareció la bondad de nuestro Salvador). Comenzaba diciendo don Bosco a quien se le presentaba con cara triste y sombría: -íEa, alegría! Y estas dos palabras, dichas por él, producían un efecto mágico, disipaban la tristeza, y el muchacho se sentía dispuesto y deseoso de cumplir el deber. -Cómo estás? -preguntaba a otro. Y, si hacía al caso, se enteraba de si sufría por falta de algún cuidado. Durante el invierno, si le parecía que un chiquillo tenía frío, tentaba sus brazos con los dedos para enterarse de si llevaba un jersey de lana y luego le decía: -íNo estás bien abrigado! Y tienes mantas para no pasar frío en la cama? ((**It6.402**)) Y lo enviaba al ropero para que le proporcionara lo necesario. Así hacía con cuantos encontraba, cuando le parecía que sufrían, aún con aquéllos a quienes debían proveer los padres. Ya a uno, ya a otro, siempre daba a entender que tomaba a pechos cuanto podía interesarles. Les pedía noticias de sus padres y de su familia, del párroco, del maestro de la escuela y de los paisanos que él conocía; les decía que cuando escribiesen a su casa dieran recuerdos de su parte a fulano, a zutano y especialmente a su padre y a su madre; les contaba algún suceso memorable de su pueblo, pues sabía de memoria los acontecimientos más notables de muchas ciudades y villas del Piamonte; les hablaba de la iglesia parroquial, del campanario, en fin, de todo lo que puede interesar a un jovencito, los cuales rebosaban de alegría con aquellos recuerdos y quedaban agradecidos a su amabilidad. Estas conversaciones eran cortísimas, cuando bajaba al patio, porque sabía que no todos se hubiesen resignado a estar parados escuchándole y porque le gustaba verlos en movimiento. Por eso no quería ver a los estudiantes ocupados en juegos que exigieran demasiada atención mental y prohibía que se colocaran en los patios bancos para sentarse. No consentía los juegos de naipes, damas, dominó y ajedrez, porque: -La mente necesita descansar, decía. (**Es6.306**))
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