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Pocos hubo en el mundo, creemos nosotros, que
atrajeran de tal modo a los niños y supieran
aprovechar este afecto para su bien. Don Bosco en
medio de los muchachos era la amabilidad
personificada. Monseñor Cagliero, los clérigos y
los mismos jóvenes decían de él: Apparuit
benignitas Salvatoris nostri (Apareció la bondad
de nuestro Salvador).
Comenzaba diciendo don Bosco a quien se le
presentaba con cara triste y sombría:
-íEa, alegría!
Y estas dos palabras, dichas por él, producían
un efecto mágico, disipaban la tristeza, y el
muchacho se sentía dispuesto y deseoso de cumplir
el deber.
-Cómo estás? -preguntaba a otro.
Y, si hacía al caso, se enteraba de si sufría
por falta de algún cuidado. Durante el invierno,
si le parecía que un chiquillo tenía frío, tentaba
sus brazos con los dedos para enterarse de si
llevaba un jersey de lana y luego le decía:
-íNo estás bien abrigado! Y tienes mantas para
no pasar frío en la cama?
((**It6.402**)) Y lo
enviaba al ropero para que le proporcionara lo
necesario. Así hacía con cuantos encontraba,
cuando le parecía que sufrían, aún con aquéllos a
quienes debían proveer los padres.
Ya a uno, ya a otro, siempre daba a entender
que tomaba a pechos cuanto podía interesarles. Les
pedía noticias de sus padres y de su familia, del
párroco, del maestro de la escuela y de los
paisanos que él conocía; les decía que cuando
escribiesen a su casa dieran recuerdos de su parte
a fulano, a zutano y especialmente a su padre y a
su madre; les contaba algún suceso memorable de su
pueblo, pues sabía de memoria los acontecimientos
más notables de muchas ciudades y villas del
Piamonte; les hablaba de la iglesia parroquial,
del campanario, en fin, de todo lo que puede
interesar a un jovencito, los cuales rebosaban de
alegría con aquellos recuerdos y quedaban
agradecidos a su amabilidad.
Estas conversaciones eran cortísimas, cuando
bajaba al patio, porque sabía que no todos se
hubiesen resignado a estar parados escuchándole y
porque le gustaba verlos en movimiento. Por eso no
quería ver a los estudiantes ocupados en juegos
que exigieran demasiada atención mental y prohibía
que se colocaran en los patios bancos para
sentarse. No consentía los juegos de naipes,
damas, dominó y ajedrez, porque:
-La mente necesita descansar, decía.
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