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todo un dormitorio, sino háganse diligencias para
descubrir a los autores del desorden y, si es
preciso, despídaselos de casa; pero sepárese la
causa de los buenos de la de los malos, que
siempre son pocos; para que, por culpa de unos
pocos, no tengan que sufrir muchos. Pero díganse
al mismo tiempo a los culpables, que tienen buena
voluntad, unas palabras de aliento, dejando
siempre lugar al arrepentimiento para que vuelvan
al buen camino.
Daba, además, don Bosco dos normas muy sabias a
sus colaboradores para descubrir y alejar del
Oratorio a ciertos alumnos. Decía:
-Para conocer a los jóvenes moralmente
peligrosos, desde el principio del año escolar, yo
los divido en dos clases: los malos de costumbres
corrompidas y los que habitualmente se sustraen a
la observancia del reglamento. En cuanto a los
malos, diré algo que parece imposible, pero que es
tal como lo afirmo. Supongamos que entre los
quinientos alumnos de un colegio haya uno sólo de
costumbres corrompidas y que ingrese otro nuevo
también inficionado por el vicio. Ambos son de
distinto pueblo, de otra provincia, hasta de
diversa nación, de otro curso, de diferente
dormitorio; nunca se han conocido, ni visto; y,
con todo, al segundo día de ((**It6.393**))
permanencia en el colegio, y a veces a las pocas
horas, los veréis juntos al llegar el recreo. Como
si un maléfico instinto los guiara para descubrir
a los manchados con la misma pez o un imán
endemoniado los atrajera para trabar amistad. El
<> es
un medio facilísimo para descubrir una mala pécora
antes de que se convierta en lobo.
Hay también otra clase de alumnos que no deben
estar en casa. Cuando tengáis un jovencito que
parece bueno, pero que es un zascandil: se ausenta
fácilmente de los lugares designados por el
reglamento, le encontráis a menudo solo por los
rincones del patio, por las escaleras, en la
terraza, en los escondrijos, en fin en cualquier
lugar oculto a la mirada del superior, sospechad
siempre. No os dejéis ilusionar por las
apariencias de timidez, de natural solitario, de
ligereza o de ingenuidad. Porque o sabe fingir muy
bien o sin falta encontrará a quien lo corromperá.
Estos sujetos son peligrosísimos.
Pero no se contentaba don Bosco con dar normas
a los demás; el trabajo principal para mantener el
orden en casa lo reservaba para sí. Pedía a los
asistentes y maestros que le entregaran semanal y
mensualmente las listas con las calificaciones de
conducta y aplicación de cada alumno, tantas
listas como profesores, incluidos los de las
escuelas nocturnas, los jefes de dormitorio y los
de taller. Cada lista iba firmada por el que debía
presentarla al Superior. Las primeras
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