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paso, solía decirle bromeando, para vencer su
repugnancia a confesarse:
-Cuándo te prepararás para hacer la confesión
general de la vida futura?
Contestaba el joven sonriendo:
-De la vida futura? íEso no puede hacerse!
-Tienes razón, replicaba entonces don Bosco. La
haremos de la vida pasada; pero, estáte tranquilo.
Lo que tú no sepas decir, lo sabe don Bosco.
A veces ponía junto a tales muchachos un buen
compañero ((**It6.387**)) que, al
jugar con ellos, les sugiriera algún consejo
oportuno y los invitara con garbo a acompañarle
cuando él fuese a confesarse tal día, a tal hora;
y con estas y otras amables industrias los ganaba
o los conservaba para Dios, haciéndolos incluso,
modelos de virtudes y perfección cristianas.
Sufría mucho al ver a veces a algunos recién
llegados que andaban solitarios y con aire
tristón, pues temía las insidias del enemigo del
bien. Entonces los llamaba, les hacía amablemente
unas preguntas, los presentaba con singular
interés a alguno de los mejores alumnos, de quien
tejía los mejores elogios, y le recomendaba que
buscase la diversión más agradable para los nuevos
amigos. No descansaba hasta verlos aficionados a
su persona, a la casa, encarrilados en sus
ocupaciones y principalmente en las prácticas
religiosas.
Así pues, lo primero que don Bosco exigía de un
muchacho, al ingresar en el colegio, era su
reforma moral, cuyo principio está en una buena
confesión. Con mucha razón se podía decir que era
maestro de esta reforma y en todo se conocía la
admirable eficacia de sus consejos. Además de
esto, era un modelo de cristiana y paternal
amabilidad. El teólogo y canónigo Jacinto Ballesio
se expresa así en su Vida íntima de don Juan
Bosco:
<((**It6.388**)) ofrece
oportunidad para conocer la propia índole,
doblegarla sabiamente y dar rienda suelta a sus
ocultas energías>>.
(**Es6.295**))
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