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((**Es6.294**) nada, pero quedaban bajo una misteriosa impresión que los obligaba a pensar. En general aquella entrada en el Oratorio los resolvía a hacerse verdaderamente buenos. Cuando don Bosco bajaba al patio y le rodeaba en seguida un tropel de alumnos, que hacía ya tiempo vivían en el Oratorio, los recién llegados se agolpaban detrás de ellos, unos por no atreverse a acercarse a don Bosco y otros para abrirse paso y llegar junto a él. Entonces don Bosco los llamaba y en voz baja, con santa confianza, decía ora a uno, ora a otro de ellos: -Si eres bueno, seremos amigos. Don Bosco te quiere y desea ayudarte a salvar el alma. El Señor te ha traído aquí para que seas cada vez mejor y más virtuoso. La Virgen espera que le regales tu corazón. El Señor quiere hacer de ti un san Luis. Aseguraba don Bosco que los muchachos tratados de este modo se sienten contentos, abren su corazón, empiezan a portarse bien, se hacen amigos del Superior y quedan conquistados, porque ponen en él toda su confianza. El decirles en seguida y claramente, sin ambages, lo que se pretende de ellos para el bien de su alma, concede la victoria sobre sus corazones. Don Bosco encontró muy pocos que se resistieran a este modo de obrar. Aseguraba que si al ingreso de un muchacho, el Superior no demuestra amor por su eterna ((**It6.386**)) salvación; si teme introducir prudentemente en la conversación temas relacionados con la conciencia; si al hablar del alma lo hace a medias tintas o con términos vagos y ambiguos, como ser buenos, salir con honra, obedecer, estudiar, trabajar, no produce ningún efecto provechoso, deja las cosas como estaban, no se gana el afecto del joven, y, equivocado el primer paso, no resulta fácil corregirlo. Esta advertencia es fruto de la experiencia de muchos años. Solía decir a menudo don Bosco: -El joven quiere, más de lo que se piensa, que se le hable de sus intereses eternos, y por ahí comprende quién le quiere bien y quién no le quiere. Que os vean, pues, interesados por su eterna salvación. Con estos modos invitaba don Bosco a los muchachos a confesarse, porque el pensamiento del alma tiene estrechísima correlación con el de la confesión; y ellos entendían que, si querían aprovecharse de su ministerio, les ayudaría muy gustoso. Pero al hacer esta invitación procedía con singular destreza y moderación, recordando la sabia norma de que la confianza se gana, pero no se impone. Por eso ajustaba sus advertencias a la diversa índole de los individuos de modo que no resultaran molestas, sino suaves y alentadoras. Cuando descubría que uno era un tanto reacio a dar este primer (**Es6.294**))
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