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nada, pero quedaban bajo una misteriosa impresión
que los obligaba a pensar. En general aquella
entrada en el Oratorio los resolvía a hacerse
verdaderamente buenos.
Cuando don Bosco bajaba al patio y le rodeaba
en seguida un tropel de alumnos, que hacía ya
tiempo vivían en el Oratorio, los recién llegados
se agolpaban detrás de ellos, unos por no
atreverse a acercarse a don Bosco y otros para
abrirse paso y llegar junto a él. Entonces don
Bosco los llamaba y en voz baja, con santa
confianza, decía ora a uno, ora a otro de ellos:
-Si eres bueno, seremos amigos. Don Bosco te
quiere y desea ayudarte a salvar el alma. El Señor
te ha traído aquí para que seas cada vez mejor y
más virtuoso. La Virgen espera que le regales tu
corazón. El Señor quiere hacer de ti un san Luis.
Aseguraba don Bosco que los muchachos tratados
de este modo se sienten contentos, abren su
corazón, empiezan a portarse bien, se hacen amigos
del Superior y quedan conquistados, porque ponen
en él toda su confianza. El decirles en seguida y
claramente, sin ambages, lo que se pretende de
ellos para el bien de su alma, concede la victoria
sobre sus corazones. Don Bosco encontró muy pocos
que se resistieran a este modo de obrar. Aseguraba
que si al ingreso de un muchacho, el Superior no
demuestra amor por su eterna ((**It6.386**))
salvación; si teme introducir prudentemente en la
conversación temas relacionados con la conciencia;
si al hablar del alma lo hace a medias tintas o
con términos vagos y ambiguos, como ser buenos,
salir con honra, obedecer, estudiar, trabajar, no
produce ningún efecto provechoso, deja las cosas
como estaban, no se gana el afecto del joven, y,
equivocado el primer paso, no resulta fácil
corregirlo. Esta advertencia es fruto de la
experiencia de muchos años.
Solía decir a menudo don Bosco:
-El joven quiere, más de lo que se piensa, que
se le hable de sus intereses eternos, y por ahí
comprende quién le quiere bien y quién no le
quiere. Que os vean, pues, interesados por su
eterna salvación.
Con estos modos invitaba don Bosco a los
muchachos a confesarse, porque el pensamiento del
alma tiene estrechísima correlación con el de la
confesión; y ellos entendían que, si querían
aprovecharse de su ministerio, les ayudaría muy
gustoso. Pero al hacer esta invitación procedía
con singular destreza y moderación, recordando la
sabia norma de que la confianza se gana, pero no
se impone. Por eso ajustaba sus advertencias a la
diversa índole de los individuos de modo que no
resultaran molestas, sino suaves y alentadoras.
Cuando descubría que uno era un tanto reacio a
dar este primer
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