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se experimenta al separarse de los seres queridos,
empezaba diciendo:
-íQué dicha verte aquí! Has venido con gusto no
es verdad? Ea, dime: cómo te llamas? De qué pueblo
eres?
El muchacho contestaba.
-Qué tal te encuentras de salud?, añadía.
-Muy bien.
-Y tus familiares? Tienes todavía padre y
madre? Están bien?
-Sí, señor.
-Tienes hermanos?
-Sí, señor.
-Y tu párroco?
-Me ha dicho que le salude.
((**It6.383**)) -Te
gustan los panecillos? Comes con ganas?
-Sí, señor.
Y así, abriéndose paso con éstas o parecidas
preguntas, pasaba en seguida a lo más importante
y, tomando un aire un tanto grave, entre serio y
sonriente, muy peculiar suyo, decía bajando un
poco la voz, en actitud confidencial:
-Bueno, bueno, íhablemos de lo más importante!
íQuiero que seamos amigos, eh! Quieres ser amigo
mío? íYo quiero ayudarte a salvar tu alma! Cómo
andamos del alma? Eras bueno en casa? Pero aquí te
harás mejor, no es cierto? Te has confesado ya? Te
confesabas bien en casa? Me abrirás tu corazón,
verdad? íQuiero que vayamos juntos al paraíso!
Comprendes lo que quiero de ti? Vendrás a verme?
Mira: hablaremos con toda confianza; yo te diré
cosas bonitas que te van a gustar, quedarás
satisfecho.
El muchacho sonreía, asentía con la cabeza,
contestaba con algún monosílabo o bajaba los ojos
y se ruborizaba a medida que se sucedían las
preguntas que, sin embargo, no eran insistentes,
ni aguardaban respuesta. Entretanto, los ojos
escudriñadores de don Bosco penetraban todo su ser
y adivinaba su carácter, su talento y su corazón.
Si veía a uno dotado de inteligencia perspicaz,
preguntaba a veces:
-Me das la llave?
-Qué llave?, preguntaba el chico sorprendido;
la del baúl?
-íLa de tu corazón! respondía don Bosco,
tomando un porte afablemente majestuoso.
-Sí, sí, ícon mucho gusto, en seguida!, mejor:
ya se la he dado.
De este modo se ganaba don Bosco dulce y
fuertemente el ánimo
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