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con valor y entre muertos y heridos quedaron fuera
de combate más de cincuenta mil hombres. Me
aseguran que Napoleón dijo:
-Los austriacos han perdido el terreno,
nosotros hemos perdido los hombres.
Quería significar que hubo más pérdidas en
nuestro bando, pero nosotros sabíamos que no hay
guerra sin muertos de una y otra parte. Lo mismo
que no se puede hacer una tortilla sin romper los
huevos, tampoco se puede hacer una guerra sin
muertes. Desde que vi la batalla de Solferino
siempre he dicho que la guerra es algo que causa
horror y yo creo que es totalmente contraria a la
caridad. Pero, fuera como fuera la batalla, la
victoria se inclinó de nuestro lado y los
austriacos se vieron obligados a atravesar el
Mincio, que es un río que separa Lombardía de
Venecia.
VI
El cesto -El sombrero -La coleta -El silbido de
las balas y las jaculatorias -La paz -Un regalo
-Una merienda.
Vosotros, mis queridos amigos, preguntaréis: Y
no fuiste herido en medio de tantos combates?
Gracias a Dios quedé salvo, pero fue por milagro.
Mientras estaba en el cerro rodeado de enemigos,
buscaba siempre cómo esconderme junto a las
plantas, detrás ((**It6.374**)) de las
rocas, al amparo de las escarpas o en los hoyos.
Hubo un momento en que me creí muerto. Pasó una
bala de cañón rozándome y se llevó por delante mi
canasto con vasos y botellas.
-íA los ladrones, empecé a gritar, a los
ladrones!
Y he aquí que una bala de fusil, sin pedirme
permiso, me quitó el sombrero de la cabeza.
-íEa, grité desconcertado sin ver a persona
humana, dejadme en paz, que yo no hago daño a
nadie!
Y en aquel mismo momento un casco de metralla
pasó rozando mis hombros y me llevó enterita la
coleta.
-íPobre coleta mía, exclamé, cómo me las
compondré para dar fe de que el Hombre de Bien no
ha perdido la cabeza?
Volví la mirada para verla por última vez, pero
con gran pena ya no la vi. Con la pérdida de mi
coleta, tuve aún un consuelo; porque todavía me
quedó la cabeza sobre los hombros; y esto no es
poco.
Temiendo entonces que una pelotita de plomo
tuviera la humorada de venir a arrancarme la
cabeza de los hombros, me acurruqué en un hoyo, me
cubrí de tierra hasta el cuello, coloqué la cabeza
junto a dos gruesas piedras y allí me estuve hasta
que llegó la noche. Oía silbar las balas que a
cada instante pasaban sobre mi cabeza. Y yo decía:
-íJesús mío, misericordia!, y besaba la
medalla.
Fuera por la gracia del Señor, fuera por la
especial protección de la Virgen, es un hecho que
me salvé y pude, una vez más, volver a estar con
vosotros para contaros algunas de mis peripecias.
Pocos días después de la batalla de Solferino,
Napoleón escribió una carta al emperador de
Austria; después le visitó, hablaron y los dos
reconocieron que era mejor la paz que la guerra,
que era mejor ser amigos y conservar la vida de
sus soldados, que ser enemigos y matarse unos a
otros. Ahora ya está definitivamente concertada y
firmada la paz y, si los hombres no la alteran, ya
no habrá más guerra. Napoleón
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