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tribuna y según su costumbre, comenzó a repartir
aquella noche, y siguió durante los días
siguientes, el aguinaldo de Navidad para cada
alumno en particular. Consistía éste en un
consejo, expresado con breves y lapidarias
palabras, para ser ((**It6.365**))
entendidas según la necesidad o utilidad del
destinatario. Este consejo era siempre tan
apropiado que quedaba grabado en la mente y en el
corazón del que lo recibía. Resultaba algo
maravilloso, pues eran casi trescientos los que
recibían el aguinaldo.
Al mismo tiempo, cada uno de los muchachos daba
a don Bosco su aguinaldo, consistente en una
cartita en la que exponía una necesidad, un
secreto confidencial, pedía un consejo, daba una
explicación, avisaba de algún inconveniente
acaecido, y había quien se atrevía a sugerir un
respetuoso aviso. Otros simplemente prometían
mejorar su conducta, ser más aplicados, más
activos y diligentes en el trabajo, o aseguraban
que rezarían por su superior.
El clérigo Juan Bonetti anotó en sus Memorias
de aquel año:
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