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mente la bendición. Y que procuren acercarse a los
santos sacramentos los domingos y fiestas
principales.
A los clérigos les recuerdo que están vendidos
al cielo y, por lo tanto, no piensen ya en esta
tierra; que todo su afán sea buscar la mayor
gloria de Dios y la salvación de las almas. A este
propósito recomiendo a todos que se ayuden unos a
otros a salvar el alma; primero, con el buen
ejemplo y después, con los buenos consejos,
teniéndonos por felices siempre que podamos
impedir entre nuestros compañeros un solo pecado
venial; prestando buenos libros de lectura,
exhortando a la obediencia, avisando cuando
descubráis un lobo en el aprisco; en conclusión,
acordándonos que un gran santo dice: divinorum
divinissimum est cooperari in salutem animarum
(entre las cosas divinas lo más divino es cooperar
a la salvación de las almas).
A los sacerdotes, aunque sean pocos, les
recomiendo que se esfuercen por mantener encendida
en su alma la llama de un ardiente amor a las
almas.
Y qué me diré a mí mismo? Diré (y hablaba casi
sollozando, y con palabras entrecortadas) que
siento sobre mis hombros el peso de un año más,
cuando el 18 59 está para desaparecer con los
siglos pasados. Es un año menos de vida y seríamos
unos desgraciados, si lo hubiésemos pasado
inútilmente. Siento lo grave de mi
responsabilidad, que aumenta cada día, al tener
que dar estrecha cuenta al Señor del alma de cada
uno de vosotros. Yo hago lo que puedo, pero
ayudadme vosotros, mis queridos muchachos.
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Finalmente, mientras todos nosotros prometemos al
Señor emplear bien el resto de nuestra vida
amándole y sirviéndole, démosle gracias por los
muchos beneficios que nos ha concedido y por
habernos conservado hasta el año 1860. No concedió
esta gracia a todos. Dónde están, que no los veo
entre nosotros, Magone, Berardi, Capra, Rosato,
Odetti y otros más? Pasaron a la eternidad para
dar cuenta al Señor de lo que hicieron. Por eso os
recomiendo a todos que tengáis preparada vuestra
conciencia, porque el Señor puede llamaros este
año a su tribunal. Recomiendo además, a los que
por miedo o por vergüenza no se atreven a
confesarse con su propio confesor, que lo cambien,
que vayan a otro; pero, por amor de Dios, que no
dejen de arreglar sus cuentas con El. Seguro que
el año próximo no nos encontraremos aquí todos en
este mismo día. Por lo tanto, os invito a rezar un
padrenuestro por todos los que morirán durante el
próximo año y por los que fallecieron en éste que
está acabando.
En la lista de los queridos difuntos de la casa
figuraba la fecha en que habían pasado a la
eternidad.
Carlos Rosato, de Turín, el tres de mayo en el
hospital Cottolengo, a los cuarenta y tres años de
edad.
Francisco Capra, de Centallo, a los dieciséis
años de edad, en el hospital Mauriciano durante el
mes de junio.
Juan Zucca, de Cavour, en su casa paterna el
quince de agosto, a la edad de veintiséis años.
Bartolomé Odetti, de Vigone, en el hospital
Cottolengo, a los dieciocho años.
Don Bosco, después de rezar un padrenuestro,
avemaría y requiem con todos sus chicos
arrodillados delante de él, bajó de la
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