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Queridos hijos míos, sabéis cuánto os quiero en
el Señor y cómo me he consagrado totalmente a
haceros todo el bien que puedo. La poca ciencia,
la poca experiencia que he adquirido, cuanto soy y
poseo, oraciones, trabajos, salud, mi propia vida,
todo deseo emplearlo para vuestro servicio. Todos
los días y para cualquier cosa podéis contar
conmigo, pero especialmente para las cosas del
alma. Por mi parte os entrego como aguinaldo a
todo mí mismo; será cosa baladí, pero cuando os
doy todo, quiero decir que no me guardo nada para
mí.
Y vamos ahora a los recuerdos. A todos en
general. Haced bien la señal de la cruz; no
volváis la cabeza atrás cuando ayudéis a misa;
recomiendo el silencio en el dormitorio, no hagáis
contratos sin permiso, dejad las lecturas malas o
prohibidas. Tan pronto como uno dude de la bondad
de un libro, manifieste su duda a algún superior.
Espero que pondréis en práctica mis avisos y
estoy tan seguro de ello que quiero acabe el año
con perfecto amor y santa alegría. Por esto, os
perdono falta que podáis haber cometido y también
vosotros perdonaos mutuamente las ofensas que
acaso hayáis recibido. Quiero que comencéis el año
1860 ((**It6.363**)) sin
malhumor y sin penas. Si hay alguno con un castigo
fijo, me gustaría que se le perdonase. Estoy
dispuesto a borrar de un plumazo todas vuestras
faltas, prometo no echárselas en cara a nadie y
olvidarlas; pero me gustaría que hicierais lo
mismo entre vosotros.
Mas no se trata de perdonar una ofensa y a los
diez o a los quince días, si se presenta la
ocasión, echar en cara al que os ofendió aquella
palabra, aquella falta, aquella amonetación
recibida, aquel descuido. No, así no; perdonar
quiere decir que se olvida para siempre.
Prescindiendo de lo particular, diré a los
estudiantes que procuren buscar en la ciencia
terrena la del cielo, la virtud y practicarla.
A los aprendices les diré que, ya que no
disponen de tiempo para pensar mucho en el alma
durante los días laborables, piensen en ella al
menos en los días festivos oyendo bien la misa,
escuchando con atención las instrucciones,
recibiendo devotamente
arrepentidos y confesados y habiendo recibido la
sagrada comunión, visitaran el 19 de enero de cada
año, a partir de las primeras vísperas hasta la
puesta del sol de ese día, la iglesia erigida en
honor de los Santos Mártires Mario, Marta, Audifaz
y Habacuc, sita en la circunscripción parroquial
del lugar llamado <>, en la Diócesis de
Turín, y rogaren allí por la concordia de los
Príncipes cristianos, la extirpación de las
herejías y la exaltación de la Santa Madre
Iglesia, indulgencia plenaria y la remisión de
todos sus pecados, aplicable también, a modo de
sufragio, en favor de las almas de los fieles
difuntos que pasaron a la otra vida unidas en
caridad con Dios.
No obstante cualquier cosa en contrario.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo
del Pescador, el día 20 de diciembre de 1859, año
décimo cuarto de Nuestro Pontificado.
Pro. Card.
MACCHI
I. B.
BRANCALEONI CASTELLANI
Permitimos publicarlo e imprimirlo.
Turín, 29 de diciembre de 1859
Celestino
Fissore, Vic. Gen.
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