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Dios en el paraíso. El es una prenda de mi eterna
salvación y me quedará agradecido y rezará por mí.
Y no sería, además, una gran suerte tener en el
momento de la muerte a nuestro lado un confesor
que nos conozca bien y pueda confesarnos con una
sola palabra:
A propósito de la estima que tíene el confesor
a su penítente, os contaré dos hechos que le
sucedieron a san Francisco de Sales. Un día cierto
penitente suyo que le había confesado todos los
desórdenes de su juventud, dijo al buen Obispo,
que le daba los avisos oportunos con gran efusión
de corazón:
-Sin duda que me habláis así por compasión,
pero en lo íntimo del alma me tenéis un gran
desprecio.
-Sería yo culpable, contestó san Francisco, si
después de una confesión tan buena os tuviera
todavía por pecador, cuando, por el contrario, os
veo más blanco que la nieve, semejante a Naamán al
salir del Jordán. Os amo como a hijo mío, puesto
que mi ministerio os ha hecho renacer a la gracia,
os tengo una estimación tan grande como el afecto
que os profeso, al ver que de vaso de ignominia
que erais, os habéis convertido en vaso de honor y
santidad. íAh, cuán querido me es vuestro corazón,
ahora que ama a Dios con todas su veras!
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preguntóle casi lo mismo cierta penitente que se
había confesado de muchos pecados, y respondió:
-Ahora os miro como a una santa.
-Pero, replicó ella, vuestra conciencia os dirá
lo contrario.
-No, añadió él, os hablo según mi conciencia.
Antes de vuestra confesión, sabía de vos muchas
cosas desagradables, que corrían por todas partes,
y esto me dolía, por la ofensa a Dios y por
respeto a vuestra reputación; pero ahora sé qué
responder a cuanto se pueda decir contra vos. Diré
que sois una santa y diré la verdad.
-Pero, padre, el pasado sigue siendo verdad.
-De ningún modo, porque si los hombres os
juzgaren como el fariseo juzgó a la Magdalena
después de su conversión, tendréis por defensores
a Jesucristo y a vuestra conciencia.
-Pero, en fin, padre mío, qué pensáis vos de mi
pasado?
-Os aseguro que no pienso nada, porque, cómo
queréis vos que mi pensamiento se detenga en lo
que ya no existe ante Dios? No pensaré más que en
alabar a Dios y celebrar la fiesta de vuestra
conversión. Sí, quiero celebrar esta hermosa
fiesta con los ángeles del cielo, que celebran el
cambio de vuestro corazón.
Y como quiera que al decir esto, tenía el
rostro bañado en lágrimas, le dijo la penitente:
-Sin duda que estáis llorando por mi vida
abominable.
-No, replicó el santo Prelado, lloro de alegría
por vuestra resurrección a la vida de la gracia.
Habéis entendido, mis queridos amigos? Sin
embargo, si aún después de todas estas razones no
os sentís con ánimos para abrir completamente la
conciencia a vuestro confesor, antes que cometer
un sacrilegio, cambiadlo e id a otro.
23 de diciembre
Quiero que estéis alegres en las fiestas de
Navidad, muy alegres. Recomendaremos al señor
Prefecto que dé las órdenes oportunas al cocinero.
Os gusta así? Yo miraré por la alegría del cuerpo
y vosotros, juntamente conmigo, miraréis por la
alegría del alma. El Niño Jesús que nació en estos
días, y quiere volver a nacer cada
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