((**Es6.273**)
se ((**It6.356**)) obedece
al Señor, esto debe observarse de una manera
particular con relación al confesor, que de una
manera más especial hace las ve es de Dios. Por
consiguiente, debéis dar mucha importancia a sus
palabras y considerarlas exactamente como palabras
del Señor. Para que comprendáis cuánto estima El
la obediencia al confesor, oíd el hecho siguiente.
Dios favorecía a Santa Teresa con gracias
especiales, pero creyendo el confesor que aquellas
apariciones eran cosa del demonio, mandó a la
Santa que las es cupiera. Y he aquí que se le
aparece Jesús; ella pidió primero disculpa y luego
cumplió la obediencia. El Señor alabó mucho aquel
acto que parecía desprecio y era virtud. Si os
confesáis bien, no es fácil que el confesor se
equivoque, pero aun cuando se equivocara al
mandaros algo, vosotros no os equivocaréis nunca,
si le obedecéis. Los consejos que os dé en la
confesión no os contentéis con oírlos en el
confesonario pensad en ellos y resolved: me dijo
esto y esto otro; por tanto, me esforzaré por
cumplirlo. Volved a recordarlos por la noche al
hacer el examen de conciencia, pensando
especialmente si habéis sido obedientes. Si en
aquel momento no os da tiempo, hacedlo mientras
vais a descansar, renovando el propósito, si
descubrís que habéis faltado. ímismo cuando vais a
la iglesia a oír misa o a hacer una visita,
prometed a Jesús:
-Por vuestro amor haré lo que me ha dicho el
confesor.
Si cumplís lo que os digo, estad seguros de que
avanzaréis mucho por el camino de la virtud.
20 de diciembre
El lazo con el que ordinariamente suele el
demonio cazar a los jóvenes es precisamente éste:
les llena de vergüenza a la hora de confesar sus
pecados. Pero, cuando los tienta para cometerlos,
les quita toda vergüenza y les hace creer que son
cosas sin importancia. Después, cuando se trata de
confesarlos, les restituye la vergüenza y hasta se
la aumenta, intentando meterles en la cabeza que
el confesor se asombrará al verlos caídos de ese
modo y no les tendrá el aprecio de antes. De esta
manera trabaja por empujar más y más a las almas
al abismo de la eterna perdición. íOh, cuántas
almas, especialmente de jóvenes, roba el demonio
al Señor y a menudo para siempre! Pero vosotros,
queridos míos, acordaos de que el confesor no se
extraña nunca de los pecados que uno haya
cometido, aun cuando fuera ((**It6.357**)) un
santo al que se confiesa. Sabe que la fragilidad
humana es grande y que un momento de descuido
puede ser fatal para todos. Por consiguiente, es
indulgente. Una madre demuestra más cariño a su
hijo cuando éste se halla enfermo. El pecado es
una enfermedad. Si el hijo muere, íqué alegría
tendría la madre si pudiera resucitarlo! El pecado
es la muerte del alma; íqué alegría la del
confesor al poder resucitarla! Acordaos, queridos
muchachos, de que no se sorprende el confesor por
un pecado que cometáis, antes, al contrario, se
alegra de vuestra conversión, le conmueve vuestra
confianza y os quiere y os aprecia más que antes.
Dice el Señor que los ángeles del cielo hacen
más fiesta por un pecador que se convierte que por
la perseverancia de noventa y nueve justos. Lo
mismo le sucede al confesor. Os diré más: no
temáis acercaros a él aun fuera de la confesión,
porque después de haberos confesado, ya no piensa
en ello, ni recuerda nada. Es éste un hecho que me
sucede a mí mismo continuamente. Además, si se
acordara, tendría un motivo más para aumentar su
alegría y su afecto hacia vosotros, pues podría
pensar:
-A este muchacho lo he salvado yo, y un día
podré presentarlo puro y santo ante
(**Es6.273**))
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