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El malhumor aumentó cuando don Bosco se vio
obligado a no enviar a las clases de teología del
Seminario y a retener en casa a algunos clérigos,
absolutamente necesarios para atender las clases
de los muchachos. Aunque había hablado de este
asunto con el Vicario General, recibió un aviso,
que sonaba a reproche, de la Curia arzobispal,
como si él quisiera en este caso sustraerse a las
disposiciones emanadas de la autoridad
eclesiástica. Pero el Siervo de Dios o tenía que
servirse de sus propios medios, es decir, de
aquellos clérigos, ya que no podía encontrar otros
profesores, o resignarse a suspender su obra, en
lugar de desarrollarla y ampliarla como estaba
firmemente decidido a hacer. La Curia concedió la
dispensa pedida después de oír sus razones; y don
Bosco recomendó con insistencia a dichos
clérigos-maestros que estudiaran a fondo los
tratados, impuestos por el programa del Seminario,
y los enviaba regularmente a examinarse en la
Curia. Y no los dejaba abandonados a sí mismos,
pues el teólogo Berta les daba clase en su propia
casa los domingos y días de vacación.
Pero todos los demás clérigos, que no estaban
dedicados a las escuelas del Oratorio, los tuvo
sometidos, sin excepción durante muchos años, a
los reglamentos diocesanos.
Murmurábase también que los clérigos de don
Bosco, distraídos por sus variadas y graves
ocupaciones, no podían alcanzar la ciencia
teológica necesaria. <>
((**It6.443**)) Los
registros de las calificaciones, por ellos
obtenidas en los exámenes, son una prueba de esta
afirmación.
Había también quien miraba con ojos recelosos y
desconfiados y se decía que don Bosco, al
quedárselos consigo y para su pequeña
Congregación, quitaba a la diócesis los sujetos
más capaces y de mayores esperanzas. No se quería
comprender que era muy lógico que retuviera a
aquéllos con los que más podía contar. Por otra
parte, mientras privaba a una diócesis de un
sacerdote o de un seminarista, sacaba por su medio
para el seminario, gratuitamente o a pensión
reducida, todo un centenar de sujetos, que sin don
Bosco, no hubieran podido emprender los estudios,
y los hubiera perdido la Iglesia. Pero ciertas
mentes celosas no podían convencerse de ello,
estando como estaba el porvenir sólo en las manos
de Dios. Por eso tendían asechanzas, que ellos
juzgaban actos de caridad, a aquellos
(**Es6.263**))
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