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((**Es6.261**) La primera acusación contra don Bosco era que concedía con demasiada facilidad la comunión a los muchachos. Efectivamente la recomendaba siempre a los que iban a sus Oratorios festivos y fue el primero que introdujo la comunión diaria en un instituto para muchachos. Esta costumbre era censurada por algunos eclesiásticos de Turín y por directores de Seminarios, ya que el jansenismo tenía todavía muchas raíces en el clero. Don Bosco pertenecía a la escuela de don José Cafasso y, por ende, a la de san Alfonso; su espíritu era el de la Iglesia Católica, como se evidencia desde el Concilio de Trento hasta las últimas declaraciones de Pío X. Pero no se enfrascó en áridas disputas; su vida era más práctica que teórica. Respondía con pocas palabras a sus opositores. Cierto día se presentó uno de éstos para hacerle una observación: -Quién puede gozar de unas disposiciones como para comulgar cada día, cuando el propio san Luis no comulgaba más que una vez a la semana? -Cuando se encuentre uno, contestóle don Bosco, tan perfecto y fervoroso como san Luis, entonces puede bastarle la comunión una sola vez a la semana, pues este santo ((**It6.340**)) solía emplear tres días para prepararse y se pasaba otros tres en continua acción de gracias; por consiguiente, a él le bastaba comulgar cada ocho días para mantener encendido el fervor de su corazón. A otro que le recordaba las palabras de san Francisco de Sales, que ni alaba ni vitupera la comunión diaria, respondióle don Bosco: -Y entonces, por qué la censura usted? No la desapruebe tampoco usted. Pero estos señores no observaban el gran cuidado que don Bosco tenía de que las comuniones se hicieran bien. Su principio era que sólo el pecado mortal era el verdadero obstáculo para comulgar; no permitía la comunión diaria al que tuviera afecto al pecado venial. Y sugería un límite a la frecuencia de la confesión, recomendando a los sacerdotes, a los clérigos y a los alumnos que ordinariamente se confesaran una sola vez a la semana y tuvieran un confesor fijo. Sin embargo, añadía, sobre todo a los jovencitos: -Pero antes que confesar y comulgar sacrílegamente, cambiad de confesor, si es preciso, todas las veces que os confeséis. Mas los importunos consejeros no cesaban en sus intentos de hacerle cambiar de sistema. Nos escribió el canónigo Anfossi: <(**Es6.261**))
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