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la mayor parte del buen efecto de los sermones y a
veces neutralizan y anulan todo el bien que se
hubiera podido conseguir. Muchas veces son cosas
sin importancia, chiquilladas, pero todas juntas,
en semejante ocasión, resultan perniciosísimas.
>>Me encontré en un pueblo en medio de una
conversación entre personas distinguidas.
Predicaba en la parroquia una tanda de ejercicios
espirituales un predicador digno de toda alabanza
por su piedad, su elocuencia y su doctrina, pero
era en su pueblo natal y la conversación recayó
sobre él. Un contertulio que estaba a mi lado
saltó diciéndo:
>>-Ese predicador, cuando chavales, era un niño
bonito y yo le crucé la cara.
>>-Sí? Cómo fue?, preguntaron todos.
>>-Me insultó y yo le di un par de sopapos.
Vinieron sus padres a mi casa y discutieron con
los míos; y yo aguardé a aquel descarado fuera del
poblado y añadí otras cuatro bofetadas a las dos
primeras. Sí, sí; de pequeño hacía de las suyas;
ahora, la verdad, es bueno, pero entonces, ah,
entonces...
>>Y no explicó su última frase.
((**It6.333**)) >>Yo
quedé contristado por aquellas palabras, y acabé
diciendo para mis adentros: esto confirma una vez
más que nemo propheta in patria sua>>.
A continuación, después de mencionar los
gravísimos peligros que puede encontrar en su
pueblo un clérigo bueno, pero poco firme en la
virtud, preguntaba don Bosco:
<<-Y adónde irá el que quisiera alejarse de su
patria? Con qué medios se sustentará? Dónde
encontrará el apoyo, el guía que le conduzca por
un camino seguro?>>
Y después de enumerar las necesidades
espirituales y temporales de un sacerdote secular,
pasó a demostrar que una congregación religiosa
era el puerto seguro donde cualquiera, que tuviese
vocación y deseo de guardarla, podía refugiarse.
Allí encontraría paz, seguridad y todo otro bien,
aun material.
Entretanto se celebró solemnemente en el
Oratorio la fiesta de la Inmaculada Concepción, y
aquella noche anunció don Bosco en público que al
día siguiente, viernes, tendría una conferencia
especial en su habitación después de que los
muchachos se fueran a descansar. Los que debían
asistir a ella entendieron la invitación. Los
sacerdotes, clérigos y seglares, que cooperaban
con don Bosco en sus trabajos en el Oratorio y
estaban al tanto de los secretos del Padre,
presentían que aquella reunión iba a ser
importante.
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