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>>-No es éste el hijo de José, el carpintero? Y
quiere hacerse el doctor en medio de nosotros?
>>Y poniendo en duda sus milagros, le gritaban:
>>-Todo eso que hemos oído que has hecho en
Cafarnaún, hazlo también aquí en tu pueblo.
>>Y Jesús les respondió:
>>-Amen dico vobis, quia nemo propheta acceptus
est in patria sua. (En verdad os digo que ningún
profeta fue recibido en su patria.)
>>Sus paisanos ya no quisieron escucharlo, se
levantaron, lo echaron furiosos fuera de la
ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte,
donde se asentaba Nazaret, para despeñarlo.
>>Y Jesús, con un milagro evidente, impide que
pongan sus manos sobre él, pasa por entre aquel
tropel de insensatos y baja a Cafarnaún. Ya no
volvió jamás a Nazaret. Iba a pasar la noche y a
comer en casa de Pedro, de Lázaro, de Nicodemo y
de José de Arimatea, según algunos, o bien en casa
de alguna otra persona caritativa, pero nunca a
comer o a dormir en casa de su madre.
>>Era ésta una lección que daba el Divino
Salvador a sus discípulos. En efecto, la envidia,
los celos, la malignidad, el amor propio herido,
las disensiones entre las familias, los intereses
materiales, los partidos políticos, las
consecuencias mismas de un celo auténtico por el
bien de las almas y de la Iglesia combaten casi
siempre, y a veces terriblemente, al religioso que
vive en su patria, por santo que sea.
>>Y si no fuere siempre santo? Entonces se
puede afirmar con absoluta certeza que,
humanamente hablando, no podrá hacer mucho bien en
su patria. La razón es clara. Cada uno pasó en su
pueblo la edad de la niñez y sabido es que en esa
edad todos, aun los más virtuosos, quien más
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menos, han tenido sus fallos pequeños o grandes,
que pueden ser divulgados por los que los conocen.
>>Por ejemplo, uno puede haber tenido un
violento altercado con otro; haber empinado el
codo más de lo justo en alguna circunstancia;
haber sido amigo de un mal compañero; haber
sostenido conversaciones menos buenas; haber ido a
nadar al río o tal vez haber robado fruta por el
campo, o algún dinerillo en casa, o cualquier
chiquillada por el estilo. Ahora bien, por muy
predicador que salga este religioso, si sube al
púlpito en su pueblo y grita contra algún pecado,
siempre habrá alguién que pueda decir:
>>-También tú lo hiciste. Hiciste eso conmigo,
hiciste aquello, dijiste
esto o aquello.
>>Y estas habladurías repetidas, aun sin
malicia, en público, destruyen
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