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hacia el cual lo arrastraban los agitadores.
Obedecía a un mandato que venía ab alto (de lo
alto). Su misión era la de Jeremías a los
príncipes de Judá; manifestó a don Miguel Rúa y a
algún otro de sus más íntimos confidentes el
contenido de la comunicación, que debía hacer al
Rey, para disuadirlo de la nueva guerra que iba a
emprenderse contra los Estados Pontificios.
La carta, de la que parece no haberse guardado
copia alguna, comenzaba con estas palabras: -Dicit
Dominus: Regi nostro, vita brevis... (Dice el
Señor: para nuestro Rey, vida breve...), y hacía
alusión a las nuevas desgracias que sobrevendrían
a la dinastía de Saboya, si se continuaba la
guerra contra la Iglesia, rogando a Su Majestad
que apartara la tempestad cada vez más amenazadora
contra el Papa. Eran pocas frases lacónicas,
imperiosas y tales, que dejaban honda impresión en
el ánimo.
Quedó turbado el Soberano con la lectura de
aquel pliego, pero sus palabras no tuvieron
efecto. Pasada la primera impresión, siguió
preparándose la desgraciada empresa. Los
acontecimientos empujaban, y el Monarca no tenía
ya ánimos, ni medios, ni voluntad para oponerse a
la revolución.
El Rey enseñó la carta a los Ministros, Urbano
Rattazzi entre ellos, y éstos comunicaron su
contenido a algunos funcionarios de sus
ministerios. La noticia corrió de unos a otros por
todas las esferas gubernativas y salió a la
ciudad. Decíase que don Bosco había amenazado de
muerte a Víctor Manuel. Pero el Siervo de Dios,
exponiendo a don Miguel Rúa y a otros, como antes
hemos dicho, el tema de la carta, había añadido la
expresión: Vita brevis, que puede explicarse de
muchos modos sin atribuirle un sentido
estrictamente material.
El barón Bianco de Barbania, adicto como todos
los nobles piamonteses a la Casa Real, dijo al que
escribe estas páginas, en el año ((**It6.326**)) 1875:
-Yo tuve en mis manos la carta de don Bosco al
Rey. Leí con mis propios ojos las palabras Regi
nostro, vita brevis, y desde aquel momento estuve
siempre esperando los acontecimientos...
A través de ellos, narrados después en la
Historia, y siguiendo nuestras Memorias
Biográficas, se podrán juzgar las enigmáticas
palabras de don Bosco. Al mismo tiempo se tendrá
una prueba más del afecto sincero que el Siervo de
Dios profesaba a su rey Víctor Manuel y a la
dinastía de Saboya.
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