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y que no se hacía de ellas caso alguno. Antes al
contrario, los emisarios de las sectas seguían sus
conjeturas para sublevar las ciudades de Umbría y
de las Marcas; se intentaba seducir a los soldados
pontificios, que estaban de guarnición en ellas, y
se introducía gran cantidad de armas, pólvora,
dinero y prensa subversiva. Garibaldi estaba en
Bolonia dispuesto a entrar en liza. Los diarios
liberales calumniaban al Gobierno Pontificio y
entre otras cosas escribían que se había mandado
encarcelar y se insultaba a los voluntarios
romanos que volvían de la guerra de la
independencia, cuando, por el contrario, Pío IX
había socorrido generosamente a los más
necesitados de entre ellos.
((**It6.324**)) Era
también evidente que la finalidad de los sectarios
era la de derribar el poder espiritual del Papa, y
lo habían anunciado ya mil veces en sus libros y
periódicos, aunque no siempre abiertamente. Pero
lo que entonces se tramaba, hasta por una
tenebrosa diplomacia, quedó descubierto unos años
después ante el mundo entero.
El Derecho, periódico de la democracia
italiana, cuyo director, el diputado Civinini, era
carne y uña con el Gran Oriente de Italia,
publicaba el día 11 de agosto de 1863 con letra
bastardilla: <>.
Y antes, el 8 de marzo de 1863, había
publicado: <>.
Estas palabras eran una conclusión explícita de
las que Bettino, barón de Ricasoli, presidente del
Consejo de Ministros, ídolo incensado por todo el
liberalismo monárquico y conservador, había
pronunciado en las Cámaras, cuando el primero de
julio de 1861 dijo:
-La revolución italiana es una gran revolución,
precisamente porque funda una nueva era. Italia ha
tenido el gran cometido de echar las bases, no de
su propio porvenir, sino de la humanidad entera.
(Actas oficiales, página novecientos quince.)
Don Bosco se dirigió al Rey, y pese a la
prohibición que se le había hecho unos años antes,
y a su promesa, le escribió ((**It6.325**)) una
carta para apartarlo del abismo en que iba a
lanzarse, o más exactamente,
(**Es6.250**))
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