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cuando se nos manda algo, tranquilicemos enseguida
nuestro corazón y obedezcamos con prontitud,
porque Dios estará con nosotros. Iba el rey Saúl a
entrar en batalla contra los filisteos y díjole el
profeta Samuel:
-Ve al campo y espera allí hasta que yo llegue
para ofrecer un sacrificio y guárdate de empezar
antes la batalla.
Fue Saúl, aguardó, pero Samuel tardaba en
llegar, avanzaban ya los enemigos y sus soldados
retrocedían por no poder entrar en combate
mientras no estuviese ofrecido el sacrificio.
Entonces, al ver Saúl que su ejército empezaba a
desbandarse y que Samuel no llegaba todavía, mandó
preparar la víctima, y usurpando el oficio de
sacerdote, ((**It6.16**))
sacrificó él mismo la víctima. Mas, apenas
terminado el sacrificio, llegó Samuel, y al ver
éste que Saúl, contraviniendo su mandato, había
sacrificado, le dijo indignado:
->>Qué has hecho, Saúl?
-Lo hice porque veía que tú no llegabas,
respondió Saúl. El enemigo avanzaba más y más
contra nosotros y los nuestros se daban a la fuga;
sólo por esta razón ofrecí el sacrificio.
-Inique egisti, inique egisti: has obrado
inicuamente.
-Pero ya íbamos a ser derrotados y aniquilados
sin remedio. No había tiempo que perder.
-Has obrado inicuamente. Te había mandado
esperarme y no lo has hecho, obraste inicuamente.
Por lo tanto, cuando por cualquier motivo se
nos manda alguna cosa, obedezcamos. Para probaros
cómo premia Dios al obediente aún en este mundo,
voy a contaros un bonito ejemplo que nos relata
san Gregorio Magno. Se lee en la vida de san
Benito que este santo mandó un día a uno de sus
queridos discípulos, a los que enseñaba el camino
del paraíso, y que se llamaba Plácido, a sacar
agua con un pozal en un riachuelo cercano. Fue el
joven, pero el pobrecito, ya fuera porque puso el
pie en falso, ya fuera porque el pozal lo venciera
con el peso, cayó al agua y, junto con el pozal,
era arrastrado por la corriente. Al ver esto san
Benito desde una ventana, llamó al momento a otro
discípulo, Mauro, y le dijo:
-Ve a sacar a Plácido del agua, pues acaba de
caer al río y la corriente lo arrastra.
Mauro, acostumbrado a obedecer, sin mirar al
peligro, corrió al punto y, al llegar a la orilla
del río, se echó a andar sobre las aguas como si
fueran tierra firme, se acercó a Plácido que
estaba luchando contra la corriente, lo agarró por
los cabellos, lo sacó afuera y volvió a la orilla
sin mojarse siquiera los pies. Añade el mismo san
Gregorio Magno que Mauro no se dio cuenta de que
había caminado sobre las aguas, no advirtió el
peligro de ahogarse, al que se había expuesto. He
aquí como Dios premió la obediencia pronta.
Acabado el mes de mayo, don Bosco, no sabemos
por qué motivo, colgó en la pared de su habitación
un cartón, en cuya parte superior estaba
litografiado el ((**It6.17**))
polvorín, pocos momentos después de la explosión
del año 1852, visto desde la plaza de Manuel
Filiberto, con las tropas que acudían con el rey.
En la parte inferior se veía el retrato de Pablo
Sacchi, y a sus lados había pegado don Bosco dos
estampas de la Virgen, que tenía en sus brazos al
Niño Jesús.(**Es6.25**))
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