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3 de diciembre
De la confianza en general con los superiores
pasé ayer a hablaros de la particular que debéis
tener con el confesor; por tanto, la flor será
ésta: Sinceridad plena, absoluta, con el confesor.
No tengáis miedo de decirle vuestros defectos,
vuestras faltas.
Ser bueno no quiere decir no cometer ninguna
falta, no; por desgracia todos estamos inclinados
a cometerlas. Ser bueno consiste en tener voluntad
de enmendarse. Por eso, cuando el penitente
manifiesta una falta al confesor, aun cuando sea
ésta grave, el confesor tiene en cuenta la
voluntad, y no se extraña; al contrario,
experimenta el mayor consuelo que pueda disfrutar
en este mundo, viendo que el penitente le tiene
confianza, que desea vencer al demonio y ponerse
en gracia de Dios, y que quiere adelantar en la
virtud. Nada, queridos amigos míos, os quite esta
confianza. Ni la vergüenza, pues es cosa ya sabida
que las miserias humanas son miserias humanas. íNo
vayáis a confesaros para contar milagros! Sería
menester que el confesor os tuviese por
impecables, y vosotros mismos os reiríais de su
opinión. Ni el miedo a que el confesor pueda
descubrir un secreto tan terrible para él, pues la
menor venialidad que él manifestara bastaría para
ser condenado al infierno. Ni el temor de que
recuerde después lo que habéis confesado; fuera de
la confesión es deber suyo no pensar en ello.
El Señor ha permitido ya toda suerte de
delitos. Ha permitido que Judas lo traicionara,
que Pedro lo negara, que algunos sacerdotes se
hicieran protestantes, pero nunca ha permitido que
un confesor descubriera la más pequeña cosa oída
en confesión. íAnimo, pues, amigos míos; no
hagamos reír al demonio. Confesaos bien,
diciéndolo todo. Alguien preguntará: Y qué debe
hacer para remediarlo el que hubiese callado algún
pecado en la confesión? ((**It6.323**)) Mirad:
si al ponerme por la mañana la sotana y abrocharme
me salto un botón, qué hago? Desabrocho la sotana
hasta llegar al botón que me salté. Así también el
que tiene que remediar un pecado callado vuelva a
hacer todas las confesiones hasta llegar a aquélla
en la que calló el pecado y de este modo todos los
botones quedarán en su sitio y la sotana no hará
arrugas.
Así lo dice el Catecismo: desde la última
confesión bien hecha hasta la que se va a hacer.
íAmigos míos, a ser valientes! Se trata de
escaparos del infierno y ganaros el paraíso con
una sola palabra. Es cosa de un momento: el
confesor os ayudará, y vosotros ya sabéis que
somos amigos y que yo no deseo más que una sola
cosa: la salvación de vuestra alma.
Iban todos a porfía en el Oratorio para honrar
a María Santísima y don Bosco cumplía mientras
tanto un acto nobilísimo de su misión. El 10 de
noviembre de 1859 se habían concertado formalmente
en Zurich las conversaciones de Villafranca y
Verona, pero el Siervo de Dios había comprendido
enseguida que aquella paz era sólo momentánea.
Todo le demostraba que ya no se le devolverían al
Papa las Legaciones y que la presidencia honoraria
del mismo sobre la Confederación de los Estados
Italianos era un pretexto y una ironía. Veía cómo
el Pontífice escribía cartas y más cartas de
súplica, de consejo y de protesta al Emperador de
Francia y al Rey del Piamonte,
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