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((**Es6.249**) 3 de diciembre De la confianza en general con los superiores pasé ayer a hablaros de la particular que debéis tener con el confesor; por tanto, la flor será ésta: Sinceridad plena, absoluta, con el confesor. No tengáis miedo de decirle vuestros defectos, vuestras faltas. Ser bueno no quiere decir no cometer ninguna falta, no; por desgracia todos estamos inclinados a cometerlas. Ser bueno consiste en tener voluntad de enmendarse. Por eso, cuando el penitente manifiesta una falta al confesor, aun cuando sea ésta grave, el confesor tiene en cuenta la voluntad, y no se extraña; al contrario, experimenta el mayor consuelo que pueda disfrutar en este mundo, viendo que el penitente le tiene confianza, que desea vencer al demonio y ponerse en gracia de Dios, y que quiere adelantar en la virtud. Nada, queridos amigos míos, os quite esta confianza. Ni la vergüenza, pues es cosa ya sabida que las miserias humanas son miserias humanas. íNo vayáis a confesaros para contar milagros! Sería menester que el confesor os tuviese por impecables, y vosotros mismos os reiríais de su opinión. Ni el miedo a que el confesor pueda descubrir un secreto tan terrible para él, pues la menor venialidad que él manifestara bastaría para ser condenado al infierno. Ni el temor de que recuerde después lo que habéis confesado; fuera de la confesión es deber suyo no pensar en ello. El Señor ha permitido ya toda suerte de delitos. Ha permitido que Judas lo traicionara, que Pedro lo negara, que algunos sacerdotes se hicieran protestantes, pero nunca ha permitido que un confesor descubriera la más pequeña cosa oída en confesión. íAnimo, pues, amigos míos; no hagamos reír al demonio. Confesaos bien, diciéndolo todo. Alguien preguntará: Y qué debe hacer para remediarlo el que hubiese callado algún pecado en la confesión? ((**It6.323**)) Mirad: si al ponerme por la mañana la sotana y abrocharme me salto un botón, qué hago? Desabrocho la sotana hasta llegar al botón que me salté. Así también el que tiene que remediar un pecado callado vuelva a hacer todas las confesiones hasta llegar a aquélla en la que calló el pecado y de este modo todos los botones quedarán en su sitio y la sotana no hará arrugas. Así lo dice el Catecismo: desde la última confesión bien hecha hasta la que se va a hacer. íAmigos míos, a ser valientes! Se trata de escaparos del infierno y ganaros el paraíso con una sola palabra. Es cosa de un momento: el confesor os ayudará, y vosotros ya sabéis que somos amigos y que yo no deseo más que una sola cosa: la salvación de vuestra alma. Iban todos a porfía en el Oratorio para honrar a María Santísima y don Bosco cumplía mientras tanto un acto nobilísimo de su misión. El 10 de noviembre de 1859 se habían concertado formalmente en Zurich las conversaciones de Villafranca y Verona, pero el Siervo de Dios había comprendido enseguida que aquella paz era sólo momentánea. Todo le demostraba que ya no se le devolverían al Papa las Legaciones y que la presidencia honoraria del mismo sobre la Confederación de los Estados Italianos era un pretexto y una ironía. Veía cómo el Pontífice escribía cartas y más cartas de súplica, de consejo y de protesta al Emperador de Francia y al Rey del Piamonte, (**Es6.249**))
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