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Pero a pesar de tantas tormentas, la ley Casati
siguió siendo ley orgánica y constitutiva de la
enseñanza, puesto que ni el Parlamento ni los
ministros tuvieron nunca valor para proponer otra.
Cien veces la condenaron a muerte, pero nunca
osaron ejecutar la setencia y declarar abrogadas
las disposiciones relativas a la enseñanza del
catecismo.
Hemos expuesto algunos datos acerca de la ley
Casati y de los cambios que le hicieron los que
hubieran debido respetarla y hacerla cumplir, para
que se tenga un criterio al juzgar ciertas
persecuciones que a su tiempo iremos relatando.
Pero cualesquiera que fueran las disposiciones
de las leyes, don Bosco no perdía su calma
habitual, fiado en la protección de María
Santísima y en la intercesión de Domingo Savio, de
cuya eficacia tuvo una prueba por aquellos días.
Hacía año y medio que Eduardo Donato, alumno
del Oratorio, padecía tales molestias en los ojos,
que hubo de suspender los estudios en marzo de
1859. Ni el aire de su pueblo, ni las múltiples
medicinas, ni las sangrías y emplastos detrás de
las orejas, ni los cuidados de los mejores
especialistas dieron ningún resultado. Pasaba los
días en una habitación oscura. A fines de octubre,
parecióle experimentar alguna mejoría y quiso
volver a Valdocco, pero la enfermedad se reactivó.
El muchacho se acercaba a menudo a don Bosco para
que le consolase con aquellas palabras que él
sabía eran ((**It6.317**)) útiles
temporal y espiritualmente, animándole a tener
paciencia y dándole alguna esperanza de próxima
curación. Una noche, mientras cantaban todos sus
compañeros, reunidos en las clases, estaba él
pensativo y triste, con la cara entre las manos,
sentado en el refectorio de los Superiores y
apoyado en la mesa, donde cenaba don Bosco. Cuando
el Siervo de Dios terminó, se levantó, se acercó a
él muy despacito y, dándole una palmadita en el
hombro, le dijo:
-Será posible que no podamos librarte de ese
mal? Hay que acabar con él de una vez. Vamos a
agarrar a Domingo Savio por los cabellos y no lo
vamos a soltar hasta que nos obtenga de Dios tu
curación.
Al oír estas palabras, el muchacho lo miró
fijamente a la cara sin pronunciar palabra. Don
Bosco siguió diciendo:
-Sí, reza todos los días de esta novena (era la
noche del primer día de la novena de la
Inmaculada) a Domingo Savio para que interceda por
ti y te alcance esta gracia. Procura vivir de
forma que puedas comulgar cada mañana. Por la
noche, antes de acostarte, dirás así: <> y añadirás una avemaría.
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